3 diciembre, 2024

LA HISTORIA: ARRANCANDO

Pues sí, Vitoria y Álava han contado (y cuentan) con un movimiento libertario. Quizás extrañe menos que en los últimos veinte años existan anarquistas en Álava. Para lo antiguo, la gente de a pie se sorprende más porque la idea general, tópico confirmado con sólidos fundamentos, es que esta ha sido una provincia de sables y sotanas, de carlistones, beatos y caciques, en suma de gente de orden. Sólo los más enterados recuerdan a Isaac Puente, pero como una anomalía. Sin embargo ciertamente hubo un movimiento libertario y en algunos momentos, sobre todo entre 1915 y 1936, impetuoso e intenso y no sólo de emigrantes como algunos afirman, y por mucho que pese a algunos gargantúas patrióticos. Fundado tópico el de sables y sotanas, pero también podría alcanzar la categoría de tópico reciamente cimentado el referido a la lucha obrera mantenida en difíciles condiciones por el Sindicato Único.

Unión Fraternal y Solidaridad

Vitoria en los años republicanos, conoció una conflictividad obrera notabilísima, a la altura de las más renombradas localidades, en solicitud de mejoras laborales por un lado y con objetivos revolucionarios por otro, y en ambos aspectos cupo a la CNT la primacía en su creación y desenvolvimiento. En estas páginas pretendemos hablar de ello, echando mano de los datos, menos de los deseados, que hemos recogido. Hablamos de obrerismo libertario y no simplemente de anarquismo, porque el anarquismo entre nosotros nunca fue asunto de rebeldes sin causa, de estudiantes airados y coléricos o de burgueses extraviados (que si los hubo, salvo muy notables excepciones, volvieron a terreno más confortable), sino de obreros con conciencia revolucionaria.

Se dice que el uso de la violencia y el radicalismo impidieron que el movimiento libertario cuajara, fuera de algunos momentos, y que en consecuencia a fecha de hoy esté falto de una tradición y una estabilidad. Claro que bien podríamos responder con verdad que la violencia la sufrió en muchísimo mayor grado que la ejerció y que en cuanto al achacado radicalismo, a veces se confunde radicalismo con firmeza en la defensa de sus creencias, con rechazo de las componendas y con fidelidad a un modo de ser. Si miramos alrededor y nos fijamos en otros idearios, constatamos que esa estabilidad de que parecen gozar es simplemente consecuencia del dinero recibido de las instituciones. Existen porque cobran. Los subsidios protegen su permanencia. En cuanto a la tradición, estas páginas demostrarán que el anarquismo en Álava no ha sido menos relevante que otras ideologías, lo cual si se considera que sus integrantes se mueven entre el voluntarismo, el idealismo y la solidaridad, sin pastas gansas de por medio, tiene subido mérito.

Esa tradición existe, otra cosa es que intereses perversos quieran ocultarla. Cansados estamos de que se hable de militantes nacionalistas y militantes socialistas cuando unos y otros, salvo rarísimas excepciones, vivían de serlo.

En el movimiento libertario un militante tira del carro durante veinte o treinta años sin estipendio alguno. Un militante socialista o nacionalista también tira veinte o treinta años y hasta más si le dejan, pero no olvida pasar por la caja del partido, del sindicato, del ayuntamiento, de uno u otro gobierno a retirar su nómina y si la remuneración engorda bajo cuerda hasta abren cartilla suiza o andorrana. Larga tradición la de atesorar su montoncito. El dicho orteguiano se recuerda mucho (aquello de “yo soy yo y mis circunstancias”), pero lamentablemente se olvida la parte que lo completa y le da su justo sentido (“y si cambian, cambio yo”). Algunos (bastantes) que hoy venden burros socialistas y nacionalistas, no los vendían hace veinte años. Todo el mundo tiene derecho a evolucionar, pero una cosa es evolucionar y otra que la evolución te lleve a modificar y desgarrar los viejos tiempos, a escribir la historia como no transcurrió. Mofarse del vitorianismo y acabar formando parte del vitorianismo, reírse de la socialdemocracia y acabar apretándose en sus filas, pontificar sobre el aldeanismo nacionalista y acabar asistiendo a sus comuniones, pase, lo dejamos en asuntos propios. Pero ridiculizar y minusvalorar aquello en lo que se creyó, entristece, y si encima se obra sin necesidad (estilo alcaldesa cordobesa), raya lo deplorable. Algunos maduran demasiado y terminan pudriéndose. No es serio, ni científico, por más que se alardee de ello, por ejemplo, que se subraye la represión franquista contra socialistas y nacionalistas en Álava cuando los números dicen otra cosa: sumando todas las partidas (vecinos de Álava y otros territorios ejecutados aquí, alaveses fusilados en otras tierras) la cifra no alcanza los trescientos, de unos 120 no se conoce la adscripción ideológica precisa, del resto menos de veinte pertenecen a Izquierda Republicana, menos de una docena al estalinismo, ni docena y media al nacionalismo, una veintena al conglomerado socialista y como poco 115 (ciento quince) a la CNT. Dense por enterados esos investigadores científicos, y vean quién fue perseguido sañudamente y quién no, si hubo o no intención de perpetrar un genocidio u holocausto, cierto que no sobre todas las ideologías, pero sí sobre una ideología determinada. Se persiguió con saña no a todos los cenetistas, al fin una parte eran meros afiliados, pero sí a todos los que sustentaban posturas revolucionarias y se habían significado en su defensa.

Franco arregló la historia con su Causa General. Los estalinistas protegidos por las estepas soviéticas, un tiempo feraces, esculpieron otra historia. Los socialdemócratas y nacionalistas actuales pagan bien a los memorialistas compulsivos y han llenado el mundo internáutico y las imprentas de páginas a su medida, para un tercer arreglo.

Las páginas que siguen pretenden simplemente contar la historia de los olvidados. En palabras de Ignacio Soriano:

Ningún poder nos sustenta.
Ninguna ley nos cobija.
Ninguna iglesia servimos.
Ninguna subvención nos paga.

Siendo el anonimato el lugar que les reserva la política, queremos burlar el destino y publicar su historia.

Miguel Íñiguez y Juan Gómez Perín