Casi todos los medios destacan el papel de Fraga y pasan de puntillas
por su parte más oscura e incluso criminal.
Nuestro primer pensamiento está en los compañeros asesinados por la policía que dirigía Fraga en 1976: Romualdo Barroso, Pedro María Mtz. Ocio, Francisco Aznar, José Castillo y Bienvenido Pereda siempre estarán en nuestra memoria y siguen siendo la luz que vigila nuestro compromiso contra el olvido y la impunidad. Pero nuestro recuerdo, homenaje y abrazo solidario también lo hacemos extensible al resto de víctimas del reguero de sangre que acompañó a Fraga en sus 6 meses de estancia como responsable de las fuerzas de orden público: Teófilo del Valle (Elda, 24-02-1976), Juan Gabriel Rodrigo (Tarragona, 6-03-1976), Vicente Antón Ferrero (Basauri, 8-03-1976), Oriol Solé (Auritz-Burgete, 7-04-1976), Felipe Suárez (Zarautz, 12-04-1976), Manuel Garmendia “Korta” (Bera, 18-04-1976), Bernardo Bidaola “Txirrita” (Etxalar, 24-04-1976); Ricardo García y Aniano Jiménez (Montejurra, 8-05-1976) y Alberto Soliño (Eibar, 12-06-1976).
1963. Se hace un silencio y se oye un grito, alguien le llama «fascista». Según
la crónica de la época de Luis Ramírez en ‘España hoy’: «Fraga se abrió la
chaqueta, sacó el pecho y dijo: ¡A Mucha honra!, gracias». El dramaturgo José
Bergamín no desdice el paso: «En mi vida he visto mucha gente con fama de
fascista o que quería profesar el fascismo, pero sólo he conocido a dos de
verdad: uno fue José Calvo Sotelo, la otra es Manuel Fraga».
En Europa lo ven prácticamente igual: «Oiga con atención, amigo: usted es
buena persona, tanto que linda la ingenuidad. Monsieur Fraga es un fascista,
nació fascista y morirá fascista. Y no obtendrá nada de los gaullistas. Le dice
alguien que ha estado luchando contra el fascismo toda su vida». Son palabras de
Jean de Lipkowski, responsable de Asuntos Exteriores de la UDR francesa.
Palabras citadas por Jorge Vestrynge en el libro «Memorias de un maldito»
(1999).
De idéntico parecer era la familia de Luis Cernuda, el poeta que inmortalizó
los versos «recuérdalo tú y recuérdalo a otros». Cuando en plena dictadura le
pidieron al ministro franquista permiso para que el poeta pudiera asistir al
entierro de su madre desde el exilio mexicano, Manuel Fraga Iribarne les espetó:
«¡Que se quede donde está! ¡Ya tenemos bastantes maricones en España!». Poco
antes, a las mujeres de los mineros en lucha de la cuenca del Nalón de Asturias
las tachó, en 1962, de «piojosas». Habían sido rapadas en el cuartel de la
Guardia Civil, humilladas, paseadas por las calles de Langreo y reiteradamente
golpeadas.
De Palomares al estudiante Enrique Ruano
Tras el antes, en 1966, el ministro estrella
de Franco (1962-1969) se remojó sus genitales nucleares en Palomares, después de
que un B-52 norteamericano perdiera cinco bombas de hidrógeno cerca de la
localidad de Almería. En bañador, ‘inasequible al desaliento’, anunció a diestro
y siniestro que no había pasado nada. Pero Palomares se convirtió después del
accidente nuclear más grave ocurrido nunca en España: el 29% de la población
resultó contaminada por plutonio. Como contaminada de mentiras fue, en 1969, la
muerte en comisaría del joven estudiante Enrique Ruano, que inspiró la canción
«Que quieren esta gente» de Maria del Mar Bonet. Fraga ató en corto la campaña
de prensa impulsada por ABC -a través del periodista-policía Alfredo Semprún- para
presentarlo como un «suicidio». El ministro llamó personalmente al padre del
estudiante fallecido, le amenazó y le dijo que abandonara toda protesta: le
recordó que tenía otra hija de la que preocuparse. Cuando ya se sabe que la
diferencia entre mafia y fascismo es, precisamente, que no hay. Ese mismo año,
Fraga fue el encargado de dirigir la campaña del régimen «25 años de paz» y seis
años después, el 24 de enero de 1969, se encargó de anunciar el estado de
excepción que llenó las cárceles de luchadores obreros.
De los anarquistas Granados y Delgado a Puig Antich
Fraga
también está, según todas las investigaciones, tras la decisión de ejecutar los
anarquistas Francisco Granados y Joaquín Delgado, asesinados por garrote vil
tras un juicio de pantomima en 1963. Un crimen que Fraga justificó por radio y
televisión. Con palabras quizá no tan exactas como las que tuvo que escuchar un
reportero de Reuters el 20 de mayo de 1974 en Londres. El periodista requería en
Fraga, nombrado embajador en el Reino Unido en 1973, con qué legitimidad se
constituiría el nuevo gobierno. Siempre torrencial, descabellado gritó: «¡Con la
legitimidad de las metralletas!». Antes, en febrero de 1974, Fraga ya había
recibido al director de una revista: «Usted no ha venideras a roja, ha venideras
a interceder por Puig Antich». Obviamente Fraga no movió un dedo. En 1975
tampoco le tembló la mano ni la voz cuando un grupo de oposición le pidió a la
embajada londinense que intercediera por los que serían los últimos fusilados
del franquismo, militantes de ETA y del FRAP. El diálogo habla solo:
– Usted, como catedrático, ¿estará en contra de la pena de muerte?
– A
cierta gente, yo no le fusilaba. Se le debería colgar de los cojones- respondió
Fraga.
Máximo responsable de la matanza de Gasteiz
El 3 de marzo de 1976,
ya nombrado ministro de gobernación por el ejecutivo protofranquista de Arias
Navarro, pidió personalmente la represión al movimiento obrero autónomo de
Gasteiz que provocó la muerte de cinco trabajadores en el ataque policial a la
iglesia de Zaramaga mientras se celebraba una asamblea abierta. Fraga, el
ministro más activo de Franco, fue quien ordenó abrir fuego real, quien
popularizó entonces el torpe dicho «la calle es mía» y quien manipuló torpemente
el relato de los hechos. Fraga teorizó que «la responsabilidad es íntegra de los
que siguen sacando gente a la calle», pero en la propagandística visita al
hospital para ver a los heridos no surgió efecto. «¿Qué vienes a rematarlos?»
preguntó la hija de un herido. Otro familiar le cerró la puerta. «Fascista», le
gritan, «hijo de puta».
Gritos que aún resonaban en 2006, con motivo del 30 aniversario de los
asesinatos impunes de Gasteiz. Entonces Lluís Llach -que compuso ‘Campanadas a
muerte’ en tributo- declaró: «todos sabemos que aquello fue un acto de terrorismo
de Estado, ejecutado por responsables ministeriales aún vivos, todos lo sabemos
perfectamente, (…) para nosotros nunca habrá transición hasta que se pida
perdón a las víctimas de Gasteiz, les perseguirá nuestra memoria para
siempre».
Ni antes, ni después, ni durante Fraga retrocede. Sólo tres días después de la
matanza, en rueda de prensa, Fraga levanta el brazo y escupe: «El que no haya
aprendido la lección de Vitoria, él verá lo que hace (…) el que quiera
plantear la lucha, la tendrá. Con todas sus consecuencias. ¡Dejémonos de
pamplinas!» brama. Y se deja de pamplinas sólo dos meses después: el 9 de mayo
en Navarra. Reincidente en la violencia estatal, llegan los muertos de
Montejurra, el intento del estado franquista, con Fraga urdiendo la trama
ultraderechista en conexión con los servicios secretos, de labrar la cultura
del terror y desactivar los anhelos del cambio político y social que se
incubaban en el carlismo autogestionario. De aquella época es otra cita bíblica
de Fraga Iribarne: «el mejor terrorista, el terrorista muerto». De rasero
hipócrita, en 1983 Fraga ficha a Rodolfo Eduardo Almirón, además de la
siniestra Triple A argentina, como jefe de seguridad de Alianza Popular. Nada
extraño, en 1964 Fraga se dirigía por
carta a Otto Skorzeny, miembro de las Wafen-SS, residente en Pollença (Mallorca)
y directamente vinculado a la red Odessa de fuga de antiguos dirigentes nazis.
De Pinochet a Guatemala pasando por el dictador Banzer
Franquista
resistencial, fundador de AP y el PP y a la vez ‘padre de la constitución’, el
tiempo mediocre de la farsa de la transición y el camuflaje de la reconversión
no pasó a arreglar nada. Franquista de pura cepa, en 1986 propone una ‘marcha
sobre Gasteiz’, al estilo mussoliniano de la marcha sobre Roma, para forzar un
golpe de Estado. En 1999 dice a los militares guatemaltecos responsables de 34
años de genocidio: «Teniente Fraga a las órdenes de todos ustedes. En España
desde 1936 hasta la muerte del Generalísimo transcurrió una transición social
muy importante: la larga paz». En 2000 visita al ex dictador boliviano Hugo
Banzer y a la salida declara: «me honra mantener una vieja amistad con el
General, por quien tengo admiración». Tres días más tarde defendía a Pinochet
públicamente.
Siempre abiertamente opuesto al esclarecimiento del caso GAL, en 2002, en un
documental sobre la guerra sucia en el País Vasco, calificó como «movimiento de
autodefensa» el terrorismo de Estado con conexión ultraderechista (Batallón
Vasco Español, ANE, ATE) de la transición política española y añadió,
enigmáticamente, que «volvería a producirse en los próximos tiempos». Cuatro
años después, en una entrevista en ‘El País’ el 30 de abril de 2006 afirma no
impenedir por nada el fusilamiento de Julian Grimau. Fraga fue el encargado
de anunciar la ejecución, firmó personalmente la condena -Franco lo requirió a
todos los ministros- y tildó el dirigente comunista del PCE como «ESE caballerete
«. De la cultura y del país ya había dicho en 1968, «lo
ocupamos en 1939 y estamos dispuestos a ocuparlo tantas veces como sea
necesario».
La Galicia caciquil
No cabe todo el olvido condensado en una
pieza. Impulsor de la Galicia más caciquil y regionalista, designador de Aznar
como sucesor y adulador de los golpistas del 23F («personas llenas de buena
voluntad»), constructor de un sistema férreo de censura desde la Xunta de
Galicia, urdidor de la corrupción en el voto de los inmigrantes gallegos
dispersados por el mundo, minimizador del holocausto nazi, feroz con el
feminismo, comprador de doctorados honoris causa en universidades de países
pobres, numerosas biografías-alguna inmediatamente retirada por las falsedades
que incorporaba-han tratado de maquillar su pasado y presente, incluso el
desastre del Prestige que arruinó la costa a morte galega. Autopresentarse como
el tercer gran prohombre del conservadurismo español eterno: Cánovas, Jovellanos
y él. La historia concreta, pero desbroza la crónica de un personaje que se
convirtió en el último gobernante fascista de Europa. Así lo categoriza el
periodista gallego Gustavo Luca de Tena, autor del lúcido ‘Retrato de un
fascista’, publicado en 2002 por Kalegorria.
Argentina investiga hoy
Tiempo a contratiempo, este mismo enero,
la justicia argentina a través de la magistrada María Servini reactiva las
investigaciones sobre los crímenes del franquismo. Solicitaba al Ejecutivo
español los nombres de los ministros y jefes de las fuerzas represivas entre
1936 y 1977. El Estado no ha respondido todavía, pero apelando a los principios
de justicia universal la Comisión de Recuperación da Memoria Histórica da Coruña
entregó por voluntad propia los datos referidos a Manuel Fraga. En la
documentación facilitada, sintetizan que «Manuel Fraga debería formar parte de
la causa que la jueza Merini tiene abierta en Argentina para investigar los
crímenes del franquismo, ya que desde el Consejo de Ministros fue partícipe y
cómplice de toda la política represiva: fusilamientos, encarcelamientos, campos
de concentración, despidos, exilio, Tribunal de Orden Público, graves
violaciones de los derechos humanos, expedientes a periodistas, cierre de medios
y asesinato de trabajadores «.
Todo está escrito en las paredes e inscrito en los dolores acumulados. Cruel
rigor de impunidad, cuando se escarba, la memoria siempre quema. Quizás hoy, por
eso, resuenan tanto, como nunca antes, los versos que Mario Benedetti dedicó a
Ronald Reagan cuando murió. Y que concurren hoy, puntualmente y en la cita de la
justicia, no a la memoria de Fraga Iribarne, sino a la memoria de todas sus
víctimas. Negadas. Silenciadas. Olvidadas. Tres veces asesinadas ya: por órdenes
de Fraga, por la transición de la amnesia y por el olvido de la presunta
democracia. En el año 2000 el Estado que retribuye Fraga como senador negó que
los asesinatos de Gasteiz fueran víctimas del terrorismo. De Estado.
‘Recuérdalo tú y recuérdalo a otros’ escribía Cernuda. Un país con memoria,
incluso un país normal, no recordaría hoy con loas, coplas y elogios el nombre
siniestro del verdugo, que es a la vez presidente honorífico del PP, padre
constitucional y incontinente defensor de la ‘legitimidad de las metralletas’
que ganar la transición. «Fraga, pasión por la libertad» ha dicho Mariano Rajoy:
asco. Un país con mínima memoria reivindicaría otros nombres. Tantos. Para
empezar, los nombres de los cinco obreros asesinados impunemente en Gasteiz: Pedro María Martínez Ocio, Francisco Aznar Clemente, Romualdo Barroso
Chaparro, José Castillo y Bienvenido Pereda. Alternativa memoria contra el
fraude de la historia oficial, todos ellos han vuelto hoy para quedarse.
Para recordarnos, desde la dignidad de los vencidos, que mientras Fraga muere
en la cama, ellas viven, luchan y perviven todavía. Hoy, más que nunca. Y ahora
mismo, contra el horror del olvido, la desvergüenza de la hipocresía y la
crueldad de la impunidad. Con Walter Benjamin gritando contra el viento:
«mientras ellos sigan ganando, ni los muertos se salvarán». Y con los versos de
Brossa, del 20N de 1975 resonante en todas partes: «Tenías que haber hecho
otro fin / te merecías, hipócrita, un muro en / otro cerrado. Tu dictadura, / tu
puta vida de asesino, / qué incendio de sangre! Podrido verdugo…»
David Fernàndez (Artículo original en catalá)