Artículo de opinión
Me piden los compañeros que escriba sobre la filosofía y la práctica del anarquismo, cómo están las cosas, qué podemos esperar y a qué podemos aspirar, qué pasa con la memoria histórica. Demasiado para tan pocas líneas, así que conformémonos, ahora, con unos apuntes mínimos y un tanto al desgaire.
Lo mejor para saber qué fuimos y qué somos es trazar una historia página a página, seriamente y con conocimiento, del anarquismo en tierras vascas desde 1870 hasta hoy. Una historia, rica, difícil, densa, sufrida, digna, honrada, que nos permite confiar en que si se superaron escollos tales, se superarán los presentes, Es hora de redactarla, gente tenemos para ello y este vocero digital podría ser su cauce, capítulo a capítulo.
Mi idea ha sido siempre que la CNT debe ser el crisol de todo lo libertario, es decir, que cualquiera que se sienta libertario, tiene algo así como la obligación de organizarse en ella. La CNT era (y nada ha cambiado para que lo vuelva a ser) un tren de abundantes vagones en cada uno de los cuales viajaban naturistas, jóvenes inquietos, mujeres disconformes con la realidad, vegetarianos, anarquistas individualistas y societarios, maestros racionalistas, ateneístas, obreros de rompe y rasga.
Extrañamente hoy a algunos autodenominados “anarquistas” (cada cual evidentemente se llama como quiere) lo que mejor les define es mostrarse permanentemente críticos con la CNT. Parece que lo suyo es alardear que no son de la CNT, que no se les confunda. No actuaban así nuestros antiguos anarquistas y por eso el anarquismo logró metas que parecían imposibles.
Este es uno de los problemas que hay que solucionar: conseguir que los autodenominados anarquistas, si realmente lo son, ingresen en CNT y no para amontonar críticas sino para incardinarse en su funcionamiento, para que constaten que lograr algo exige esfuerzos, que la verborrea teórica tiene que contrastarse con la materia y que no siempre es fácil aunar ambas. Que no cuadra eso de gritar no al trabajo, no al Estado, no a la explotación al tiempo que se vive del padre, del amigo o de la subvención municipal. El anarquismo vasco nunca fue asunto de rebeldes sin causa, de estudiantes enfadados o burgueses extraviados, sino de obreros con conciencia revolucionaria.
Otro problema que tenemos que solucionar reside en los complejos respecto a otras fuerzas políticas, ideológicas o sociales que fluyen en nuestro ámbito geográfico. Si estamos más atentos a quedar bien respecto a unos u otros, que a exponer nuestras ideas y prácticas, las dificultades se nos amontonarán. Si nos domina lo correcto políticamente, nos confundimos.
Si el anarquismo y la CNT tuvieron un papel relevante hace décadas, atribúyase a que estaban convencidos de que su ideología, su ética y su práctica eran de extrema dignidad y eficacia. Era gente atrevida. Gente que osaba, siendo pocos, discrepar de otros más poderosos sin miedo a que los tildaran de esto o lo otro. ¿Alguien cree que la CNT y su círculo tuvieron fuerza entre los donostiarras por seguir a PCE, ANV, PSOE, STV o PNV? La tuvieron porque los Liqui, Chiapuso, Frax, Galluralde, Echazarreta, Olaechea, Polini, Aranguren miraban de frente, sostenían la mirada al contrario. Porque mantuvieron la mirada firme, Gipuzkoa no se sumó a los franquistas en julio de 1936 y hubo una “comuna de San Sebastián”.
La CNT en sí no es una entidad anarquista, es una organización que pretende que el mayor número de trabajadores independientemente de sus creencias pertenezca a ella, porque su objetivo máximo y único es la defensa de los trabajadores.
La CNT no defiende patrias (ni vasca, ni española, ni europea), no se pone enamoradamente de lado de la República o de la Monarquía, no se lanza a las grandes teorizaciones ni se le llena la boca con peroratas sobre la macroeconomía, los problemas nacionales o provinciales y otras zarandajas. La CNT defiende al trabajador (si está en paro con más motivo), al estamento popular. Es lo único que le importa. Y su deseo es que esos trabajadores sean cada vez más conscientes, más solidarios y más socialmente revolucionarios.
Pero claro que CNT es anarquista en el sentido de que su modo de funcionamiento, su estructura, su manera de organizarse descansan sobre principios anarquistas. A nadie se le pide que sea anarquista, pero enseguida se da uno cuenta de que su modo de funcionamiento es anarquista: comités no ejecutivos, ausencia generalizada de “liberados”, uso frecuente de la asamblea, extremada solidaridad, empleo, cuando se puede y debe, de la acción directa, expresión que en realidad no significa sino acción, movimiento, no estarse parado, hacer comprender a los trabajadores que si no se mueven nadie les va a resolver sus problemas: ni los políticos, ni los sindicalistas profesionales, ni los curas, ni los burócratas de Bruselas.
Miguel Íñiguez