Este domingo, a la ciudadanía le usurpan su libertad.
Esto de Podemos siempre me ha olido a desinfectante barato. Inconscientemente cuando salió el predicador jefe, Pablo Iglesias, me recordó muchísimo a las asambleas de los estudiantes de los setenta manejadas y dominadas por los incontables partidos comunistas existentes y grupúsculos varios de otras tendencias. Se iban a comer el mundo, tenían soluciones para todo y con el tiempo sus figuras acabaron en los chiringuitos del poder, tras más o menos revueltas, contorsiones y redefiniciones. Su símbolo, el ínclito Daniel Cohn-Bendit en el exterior. Por aquí dentro, cómo cabía esperar de un país tan avisado que aún recuerda el hambre, los símbolos, centenares. Los diegos se convirtieron en digos: una montonera se colocaron en la política (nadie como ella ha generado tanto número de puestos de trabajo de calidad), otra montonera se fabricaron un patrimonio corrupto, según se ha visto, en diferentes grados y se cruzaron genéticamente con los odiados caciques, otra montonera se convirtieron en catedráticos, directores y asesores por su cara bonita, multiplicando para su negocio el número de universidades y empresas públicas, sin haber demostrado ni unos ni otros méritos mayores que un carpintero o un albañil. Sí, claro que sí, capacidad de maniobra, dominio del lenguaje, facilidad para pasar la mano por el lomo correspondiente y disponibilidad para aparcar sus creencias en bien del país. Alumnos aventajados del mítico Groucho Marx: si estos principios no os sirven, aquí tengo otros. A eso lo llamaron capacidad de negociación y de sacrificio para alcanzar acuerdos en beneficio del pueblo.
Pasados treinta y cinco años, nos llega otro embate y esta oleada es demasiado parecida a la anterior para que nos coja desprevenidos. Similar entusiasmo. Choque generacional. Los viejos dicen que los jóvenes tienen razón en sus reivindicaciones, pero se agarran a sus sillones y no sueltan prenda. Los nuevos creen que la sociedad no es justa con sus méritos, se quejan de los que mandan, sobre todo porque quieren seguir mandando, ya que su verdadera aspiración es sustituirlos en el mando, convencidos de sus bondades. A ello van.
Quede claro que tampoco me entusiasmó el arranque del origen de este lodazal, aquello de las acampadas en la Puerta del Sol, sus columnas procedentes de los barrios confluyendo en esa mítica plaza madrileña. Manifestaciones numerosísimas que discurrían en absoluto orden, sin cruzar un coche, sin quebrar un vidrio, con eslóganes (ricos en antítesis, polisemias, silepsis y dilogías) que buscaban más la ocurrencia intelectual, el descuartizamiento y depuración del lenguaje que el descuartizamiento y la depuración de la sociedad corrupta. El que esto escribe no es que solicite de los manifestantes el apedreamiento en masa de edificios públicos, la quema de miles de coches, iglesias y entidades bancarias, pero aquellas manifestaciones no destilaban lo que algo que pretende ser un cambio contundente debe destilar. Los nuevos decían que venían a liquidar el “sistema” y se autoproclamaron representantes de esas indignadas multitudes. Indignados a los que han conducido a terrenos harto conocidos: votad, votad y votad. Urnas, urnas y urnas, siempre urnas, santas urnas. Que hayan convencido a la gente de que con el voto se puede lograr todo, muestra hasta que punto la “ciudadanía“ está amaestrada, la eficacia de treinta años de adoctrinamiento “democrático”.
Ahora como antes, han ilusionado al personal de a pie. El país sigue milagrero. No se va a misa, no se cree en Dios, el papa dice que somos país de misiones, la antigua reserva espiritual de occidente importa curas y monjas, pero, con todo se cree en la Virgen de los milagros. No creen en Dios, pero quieren que se les aparezca la Virgen. “Podemos” es la Virgen, el milagro que ha de sacarnos de esta desazón….Es inaudito. Creen en los milagros. Les prometen las mil maravillas, no les exigen nada, solo que les voten, y confían, creen, delegan, comulgan. Ellos, nuevos evangelistas angelicales, se encargarán de que la bondad y belleza celestiales se aclimaten en esta tierra inhóspita. Y no pocos se lo creen. Hay mucha infelicidad sin duda en la sociedad.
Se han cansado de ser castita: concejales de pueblo, profesores a tiempo parcial no muy bien remunerados y poco respetados para sus méritos, abogados con escasa y desmonetizada clientela. Han decidido ser casta y hasta castaza. Los ahora licenciados y doctores en mil materias, en paro o casi paro, quieren su cachito de tarta. Y se la darán porque en su apariencia rupturista son simplemente lo que en otra época llamábamos pequeñoburgueses. Van a salvar los muebles de esos a los que dicen quieren liquidar.
En pocos meses han ido afinando sus pretensiones. Los “antisistema” de hace un año, meses después dicen que quieren imponer las soluciones socialdemócratas. El Guerra y el Felipe al poder, redivivos y rejuvenecidos. Ahora dicen pelear por el voto de centro, y quieren captar a los desideologizados. Ya no se niegan a pagar la deuda, ya ni palabra de salir del euro, el famoso salario salarial universal pasa a estudio, ya se han olvidado de los desahucios ¿de qué no se han olvidado? Por cierto, a diferencia de los antiguos, aquí no hay una sección obrera. Es la hora de los antropólogos, politólogos, arqueólogos, jóvenes licenciados en derecho e investigadores, a la búsqueda todos de un sillón, hamaca, banqueta, lo que sea, bajo un cobertizo, porque aquí el sol quema no menos que en Sicilia.
¡Claro que podemos, cómo no vamos a poder vivir de esto, si otros más tontos, que nos precedieron, lo han conseguido!
Pues nada, al ruedo. A picar y banderillear al personal.
Así veo las cosas. Quizás alguien prefiera hablar de celadas comunistas para reforzar su presencia en la sociedad. Quizás alguien guste aludir a planes sibilinos para recortar las tendencias centrífugas de unos u otros. Quizás alguien nos solicite análisis de profundidad oceánica para explicar los hechos y sienta banales y superficiales nuestras palabras. Muchos quizás más. Pero dentro de la simplicidad argumental, de la ironía, del sarcasmo y hasta del humor negro que puedan desprenderse de estos párrafos, creo honradamente que las cosas son así de sencillas, prosaicas y poco épicas. ¿Catilina era un revolucionario honesto o era lo que denunciaba Cicerón, un oportunista ambicioso? ¿La solución es elegir entre Catilina y Cicerón? ¿La solución para quién?
Dicho lo dicho sobre los nuevos, no queda mucho por escribir. A los demás asistentes al sarao dominguero (PNV, PSOE, Bildu, PP y minoritarios varios) ya los conocemos. Lo de siempre, piden que deleguemos, que los hagamos jefes, que ejerzamos voluntariamente de siervos.
Con su pan, no con el nuestro, se lo coman.