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Sebastián Oliva fue un líder decisivo en el sindicalismo andaluz. Sus nietas recrean su vida, su compromiso social y político, y el cráter que para su familia supuso su asesinato tras el Golpe. Una de ellas ha anexado su testimonio en la querella argentina contra los crímenes del franquismo.
“Y si el régimen capitalista como tipo de organización económica para la humana convivencia ha fracasado; si su fracaso, como lógica consecuencia, ha arrastrado también el fracaso de sus principios morales y políticos, ni que decir tiene que la escuela político socialista, esa rama bastarda de la Primera Internacional, no podía escapar de la acción demoledora de los tiempos”. Sebastián Oliva en el número 56 de La Voz del Campesino, el 15 de octubre de 1932.
Carmen y Ángeles tienen una herida abierta. Es una herida que no se ve a simple vista pero que sangra y sangra apenas escarban juntas en sus recuerdos. En los recuerdos íntimos y más conocidos de Sebastián Oliva Jiménez, su abuelo. Han convivido toda su vida con el fantasma de un abuelo al que no han podido saludar, abrazar. Han aprendido a sobrevivir con el relato quebrado de dos hijos, la madre de Carmen, María Josefa, y el padre de Ángeles, Francisco, a cuyo padre asesinaron junto a una tapia y cuyo cadáver arrojaron a una cuneta de la vieja carretera de El Puerto, una de las cinco fosas localizadas en la campiña jerezana. Han convivido con la memoria llena de retales de la vida de su abuelo Sebastián: sus gestos solidarios con los pobres de solemnidad, su tolerancia, su poder de convicción, su forma de sentar cátedra sin alzar la voz, su vida repleta de mítines por toda Andalucía, los registros policiales en su domicilio, su aventura mexicana para escapar del servicio militar…
Han sabido que su abuelo fue protestante pero que, aun así, no reñía a su hijo al ir cada día a repicar las campanas de la Colegial. Han leído sus editoriales en La Voz del Campesino, el periódico que dirigía en Jerez y que pudo ser conservado en Amsterdam tras la Guerra Civil. También saben que se iba en un mulo o en bicicleta a enseñar a muchos jornaleros a leer y a escribir en una España desolada por el analfabetismo. Y también han conocido que fue encarcelado varias veces, “tanto por unos como por otros”, ante la menor sospecha de que fuera a dar uno de sus discursos públicos. “Mi padre siempre me contaba que le llevaba la comida a la cárcel y que, cuando pasaba todo, entonces le soltaban”, relata Ángeles. Las nietas no saben mucho más de su abuelo. Han oído anécdotas familiares más o menos creíbles y fidedignas. Pero hay otros datos que no han podido certificar. “Arrasaron con todo, entraron en la casa y se llevaron papeles, libros, fotos… Borraron todo. De mi abuela queda una foto. Se acabó”.
—¿Qué recuerdos le transmitieron sus padres de su abuelo?
Carmen García Oliva: —Mi madre tenía mucha admiración por su padre, era pasión, era algo extraordinario, sobrepasaba a sus hijos y a todo, su padre era lo máximo. Tuvo que ser un hombre muy bueno, muy excepcional. Era protestante pero en Navidad, en su mesa, tenía que haber sentada gente que no tuviera para comer, se la llevaba esa noche a comer a su casa. Mi madre —habla de ella en presente— dice que en mi casa siempre había gente de los pueblos durmiendo. Mi madre no me contó ni un cuento, solo hablaba de su padre, y todo lo comparaba con lo que él hacía. Ayudaba a toda la gente que podía».
Ángeles Oliva: —Mi padre contó muy poco. Yo perdí a mis dos abuelos, y a mi madre le daba pánico hablar de esos temas. Mi padre hablaba cuando podía, te cogía y te contaba cosas. En mi casa estaba prohibido contar cualquier cosa de esas. En la noche del 23F recuerdo oír a mi madre decir: se llevaron a mi padre, no podría soportar que se llevaran a uno de mis hijos.
«Mi madre no me contó ni un cuento, solo hablaba de su padre»
C. G. O.: —Sí, mi madre sí. Nunca ha escondido la historia, mi madre era cruda para eso, lo contaba todo como fue. Cuando ya empezó el Movimiento, iban a su casa y a mi tío Eugenio, que tenía dos años, le ponían una pistola en la cabeza. Cuando se iban, el niño saltaba y decía pum pum. E iban una y otra vez. A partir de la muerte de mi abuelo, yo no puedo explicar ni cómo era mi madre. Como no tuvo ni padre ni madre, el hecho de que nosotros los tuviéramos ya era suficiente. Un trastorno horroroso. Fue todo muy complicado para ella. Tuvo que vivir sin su madre, su padre no estaba en la casa apenas, no estaba. Entre la política y dar clases, imagínate. Le marcó demasiado.
Sebastián Oliva no aparece en Wikipedia. Cita el historiador Diego Caro Cancela, en la biografía que le dedicó hace ya unos años, un frase que Esbozo de una enciclopedia histórica del anarquismo español incluye para recordar que la figura de este activista fue decisiva en el sindicalismo andaluz: a pesar de su relevancia como cenetista, “elogiadísimo como lo puedan haber sido Sánchez Rosa y Salvochea, tiene una biografía plagada de lagunas, lo que es harto lamentable”. Su figura ha sido estudiada por hispanistas franceses pero en su tierra es un completo desconocido. Para el escritor soviético Iliá Ehrenburg, en palabras recogidas en el libro España república de trabajadores, las ideas de Oliva «son candorosas y enrevesadas. Toda la fuerza se le va en los sentimientos, en su extraordinaria pasión, en su devoción fanática por su verdad, bastante confusa para los demás, pero infalible para él».
Podría apostarse a que solo una ínfima minoría de compatriotas conocen a ese hombre que pagó con su vida defender los derechos de los más desfavorecidos. El historiador José Luis Gutiérrez Molina asegura que «su muerte no fue un asesinato individual, formaba parte de un plan colectivo de exterminio que adoptan los golpistas una vez que ven que su golpe ha fracasado. Pensaban hacer un golpe duro, tenían el ejemplo de Primo de Rivera, y querían eliminar a todas esas personas que podían hacer volver determinadas situaciones». «Es importante saber —continúa Gutiérrez Molina— por qué los mataron, y es que junto a la persona física se mataban también sus ideas». La CNT llegó a ser la principal fuerza sindical de la provincia de Cádiz con 45.323 afiliados en el año 1936. De las 390 ejecuciones documentadas en Jerez, un 20,5% de las víctimas militaba en las filas anarquistas. «Muchos de ellos no luchaban por la República, ni por la democracia, sino por el comunismo libertario».
—Si su abuelo no era radical ni violento, ¿por qué era tan incómodo para el poder e incluso para los miembros de su central?
C. G. O.: —Le temían por su poder de convicción, calaba mucho en la gente; al poder le asustaba, ya fuera de un lado o de otro, porque tenía oratoria y capacidad para movilizar. Pero a él, por ejemplo, no le gustó nada que se quemaran conventos —en la provincia se quemaron o asaltaron una decena— ni nada de eso. Él llegó a decir que ya no pertenecía a nada porque eso no le gustaba. Era contrario a todo eso. Venían todos a pedirle consejo para determinadas movilizaciones pero él no era violento para nada.
Á. O.: —Mi abuelo pertenecía al Grupo de los 30, era treintista. Proponían una vía más reformista, más pausada, la cosa no estaba madura para la revolución. Él apoyó a ese grupo. Era de la rama más sindicalista, era pacifista convencido, no era radical. Estuvo en Suramérica para librarse de hacer el servicio militar. Tenemos un diccionario de la Lengua Española de México, que compró mi abuelo cuando estuvo allí, según contaba mi padre. Está claro que dejó una gran huella en sus hijos que supieron transmitirla a sus nietos. Eso es porque era alguien muy excepcional. Iba a las viñas a enseñar a leer porque decía que eso era parte del camino hacia la libertad. Con solo haber rumores de una revuelta o algo, a él preventivamente lo encarcelaban. Fue tanto con la Dictadura de Primo de Rivera como con la Segunda República. Ambos bandos veían su figura como peligrosa.
Apenas hay un par de fotos para que Carmen y Ángeles reconozcan a su abuelo. El padre de Carmen llevó siempre en su cartera aquel retrato de Sebastián Oliva, el mismo que circula por internet como una reliquia. Con frondoso bigote, bien trajeado y gesto grave. Como con la cabeza en otra parte. Nació en Ubrique en 1881 pero vino pronto a Jerez junto a su familia para buscar un futuro próspero. Ayudó a su madre en la sastrería que regentaba, alternándolo con el trabajo como viticultor. En su casa siempre hubo libros e ideas. Su padre, bisabuelo de Carmen y Ángeles, también fue militante de las primeras sociedades obreras decimonónicas.
En las viñas, el joven Oliva empezó a compaginar su trabajo con un poderoso compromiso político y social, ejerciendo también como maestro en cortijos y gañanías, y como anarcosindicalista. Le llamaban “agitador anarquista” pero realmente Oliva, que fue dirigente de la Federación Nacional de Obreros Agricultores y el líder campesino más conocido de la CNT, siempre apostó por la rama más moderada del movimiento libertario, el treintismo. Esa corriente que pensaba que era necesario madurarlo todo mucho más antes del inicio de una revolución social. Eso le granjearía no pocos enemigos en las estructuras jerárquicas de la central, a la que se mantuvo leal hasta su último aliento, llegando incluso a renunciar a todo al radicalizarse las posiciones de los nuevos líderes faístas.
El asesinato de su abuelo, que apenas contaba con 55 años, dejó un cráter en la familia
Sebastián contrajo matrimonio en primeras nupcias con Carmen, con la que tuvo tres hijos: Francisco, Eliseo y María Josefa. «Mi abuela —relata Ángeles— murió de parto cuando Francisco tenía unos 8 años y María Josefa, 18 meses. Se volvió a casar con los años y tuvo un cuarto hijo que se llamaba Eugenio. Eugenio era muy pequeño cuando pasó todo. Y pasó que aquella noche vinieron a por Sebastián, a obligarlo a ser un delator. Y pasó que Sebastián huyó a esconderse en una de las viñas donde impartía lecciones a los jornaleros. Allí dieron con él en poco más de un mes desde el Golpe y pronto pasó que unos kilómetros más al sur le dieron a su hijo Francisco su bastón: «Tu padre ya no lo va a necesitar más». Cuando rememoran todo este negro episodio, la herida de Carmen y Ángeles sangra. El asesinato de su abuelo, que apenas contaba con 55 años, dejó un cráter en la familia. Los cuatro hijos de Sebastián no fueron los mismos desde aquel 19 de agosto de 1936. 80 años después, Carmen ha acudido al Consulador de la República Argentina en Cádiz para anexar su testimonio a la querella contra los crímenes de lesa humanidad atribuidos al franquismo por la juez María Servini. Unos días después, ya está en condiciones de contar la experiencia: «Ese día se juntaron muchas emociones».
—¿Cómo se sintió tras declarar ante el cónsul?
C. G. O.: —Al día siguiente estaba contenta, contenta, contenta. Porque yo quería, yo quería hacer algo así… Esta injusticia con este hombre tenía que salir a la luz.
—Tiene que ir usted a pedir amparo a un tribunal extranjero para reclamar justicia por la memoria de su abuelo…
C. G. O.: —Qué vergüenza, ¿verdad? Qué vergüenza…
—Aquí hubo un juez al que juzgaron por abrir esa causa…
C. G. O.: —Garzón, Garzón… Aquí tiene que venir Argentina a investigar nuestros crímenes.
Ocho décadas después de aquel asesinato, a través de las venas de sus padres, las nietas de Oliva tampoco saben qué habría sido de esa herida que no pueden cerrar si su abuelo no hubiese sido su abuelo. La herida no hay quien la cierre porque no creen que alguna vez haya justicia para quienes como Sebastián fueron represaliados, gente a la que segaron sus vidas y sus ideas, y nietos a los que dejaron sin abuelos. A partir de aquí, emocionada, cuenta Ángeles Oliva: «Es todo lo que nosotros arrastramos porque hasta que no tuve 13 o 14 años no tenía referencias de mi abuelo. Ninguna. Todo el mundo decía porque mi abuelo esto, mi abuelo lo otro… Yo no pude decir eso jamás en mi vida, es como que te han robado parte de lo que te corresponde como persona al haber nacido. Es que me lo arrebataron, no murió de muerte natural. No sé lo que es una caricia o un beso de mi abuelo. Además, por ninguno de los lados en mi caso. Al padre de mi madre también lo mataron. Te arrebatan parte de tus raíces y tu vida».
—¿Habrá alguna vez algún tipo de reparación, justicia?
Á. O.: —No. Si te refieres a que en un futuro más o menos inmediato se hable normal de esto, no. Si ha habido un gobierno —hace comillas con los dedos— de izquierdas y no se hizo, ¿se va a hacer ahora? Si algún día se hace habrá perdido mucho sentido porque todos los que principalmente necesitaban ese resarcimiento ya no están, están muertos.
C. G. O.: —Sigue sin reconocerse lo que en realidad pasó, yo lo llevo como una revancha, no lo puedo remediar. Si supieras lo que me han dicho aquí en Jerez… Una amiga de infancia hace tres años me decía «como esos que quieren sacar a sus abuelitos de las cunetas… si los mataron, bien muertos están”. Sí señor, eso me lo han llegado a decir. Una vez en internet puse un comentario y la gente me puso verde.
Á. O.: —A mi padre ya no le sirve ni que encuentren a su padre ni que reconozcan lo que le hicieron. Ya no está, ni él ni sus hermanos. Sirve, claro que sirve, pero una siente que eso tuvo que ser ya hace muchos años.
«Si algún día hay reparación habrá perdido mucho sentido; los que necesitaban principalmente ese resarcimiento están muertos»
Ángeles cuenta que a su padre, en el colmo de la crueldad, le movilizaron en el Frente Nacional dentro de un pelotón de fusilamiento. «Eso es uno de los traumas más grandes que tenía: cuando empezaba a contar cosas le decíamos papá, ¿pero tú disparabas? y él nos decía yo tuve que matar de pájaros lo que no te puedes ni imaginar. Apuntaba para arriba y mataba a los pájaros. Cuando empiezas a conocer la historia ves que hubo mucha gente que cruzó el frente, pero él estaba vigilado, amenazado, siempre le decían nunca te olvides que tienes tres hermanos... Francisco murió con 75 años. La madre de Carmen, María Josefa, con 83. Sus otros hijos, apenas superaron los 50. Ninguno de ellos supo nunca dónde se encontraban los restos de Sebastián Oliva y, ni mucho menos, pudieron intuir que alguna vez una jueza argentina abriría una línea de investigación para tratar de condenar a los verdugos de aquellos crímenes.
—¿Cómo se cierra entonces la herida?
C. G. O.: —Yo creo que tienen que pasar al menos tres generaciones más. Yo creo que sí. No antes. No, no me lo creo.
Á. O.: —La herida la cierra el reconocimiento de todos. Mi abuelo era conocido pero como él hubo cientos a los que también fusilaron y a lo mejor lo único que hacían era pertenecer a la CNT; y no eran ni activistas. Sé lo que significaría para nuestros padres el reconocimiento particular y privado de la figura de mi abuelo pero creo que más que eso hay que buscar el reconocimiento de todo lo que ocurrió en ese momento. Y eso es mucho más complicado y no se va a dar. Hay que reconocer la barbarie que se hizo, el destrozo de familias y de todo. Cuando murió Franco recuerdo perfectamente como mi padre sacó la foto de mi abuelo de la cartera, le dio un beso y dijo: ahora puedes descansar en paz.
Consulta aquí una serie de ejemplares de La Voz del Campesino, cabecera que dirigía desde su casa de la calle Cruces, en Jerez, Sebastián Oliva.