La Primera Gran Guerra Mundial había sumido Europa en un escenario desolador: crisis económica, levantamientos y dura represión policial y militar. En España, la situación social y económica era terrible. En Barcelona, concretamente, pistoleros de la patronal liquidaban a los anarquistas, que a su vez se organizaban y, cada cierto tiempo, detonaban petardos o se ajusticiaba a algún matón. Fue ahí, en aquella Barcelona, la Rosa de Foc, en su barrio Chino, donde se produjo un hecho insólito: un levantamiento protagonizado exclusivamente por mujeres y que fue liderado de forma espontánea por simples vecinas hartas de los abusos.
Siendo un niño, el histórico dirigente anarquista José Peirats presenció de pequeño los hechos, que contó luego en su serie de artículos en Frente Libertario: «Hubo también en la segunda década una conductora de multitudes femeninas que dio muchos quebraderos de cabeza al gobernador de turno. Creo que su nombre era Amalia Alegre. Sus hazañas llegaron a cantarse en romances de ciegos por las esquinas de la vieja Barcelona. Yo había presenciado de mozalbete escenas de invasión por olas formadas de mujeres de las fábricas del Clot y Pueblo Nuevo, de Sans, La España Industrial, Canem, Las Sangoneras, Can Trinxet. Me las imagino con la cabellera suelta, un simple delantal sobre su humilde vestido de percal lavado, alguna colgándole de la cintura un pequeño cuchillo en forma de hoz. Su progresión sobre el centro de la barriada se anunciaba de boca en boca.
-¡Ya están las del Clot en la Plaza de España!
-¡Las de Can Trinxet y Sangoneras adelantaban por la Bordeta!
Era las Sangoneras de armas tomar. Desnudaban a las mujeres reacias y hasta a los hombres “hacían la vaca” (que consiste en echarlos al suelo, abrirles la bragueta y echar en ella un jarro de agua). La Guardia de Seguridad del casco amenazaba apuntando con su tercerola. Operación a la que replicaban levantándose las faldas y enseñándoles las posaderas. Los almacenes de comestibles eran tomados por asalto e invitaban a la clase obrera a saquear a los acaparadores. Era la gran batalla contra la carestía de las subsistencias. Compañeros con manos sospechosamente metidas en los bolsillos hacían de guardia protectora a distancia»