- El confederalismo democrático se reconoce inspirado en una tradición de pensamiento revolucionario y anarquista
- La construcción del movimiento revolucionario en sí mismo y el desarrollo de sus herramientas prácticas es la tarea que debemos enfrentar
Hemos visto las imágenes mil veces. En las noticias, en las redes, en vídeos virales… Hombres y mujeres jóvenes, con ropa verde o de camuflaje, a menudo sonrientes, a veces con el rostro aparentemente relajado, otras, transfigurado de determinación y coraje, con armas de diferentes calibres, se enfrentan valerosamente, en una encarnizada lucha a muerte, a enjambres de fanáticos que han hecho de su religión el pilar central de una nueva forma de fascismo.
Es verdad. Las milicias armadas kurdas, las Unidades de Protección Popular (YPG) y las Unidades Femeninas de Protección (YPJ) son la cara más visible e icónica de los acontecimientos en Rojava, en el norte de Siria. Merecidamente, sin duda. Sin embargo, son solo un aspecto de un desarrollo mucho más profundo que se está dando en este territorio y en otros cercanos. Porque lo que hay en esta convulsa zona de Oriente Medio es nada menos que una Revolución.
Desde hace varios años, la población local se empeña en hacer realidad un modelo de sociedad radicalmente diferente, según las líneas de una propuesta que se conoce como confederalismo democrático. En un principio maduraron en Rojava, de forma clandestina, estructuras de autogobierno y autogestión, bajo el radar de la dictadura siria. Después, a partir de 2013, éstas pudieron salir a la luz cuando el devenir de la cruenta guerra civil en ese país propició la retirada de las tropas del régimen sirio y de sus representantes. A partir de ese momento, la Revolución fue declarada y abierta. Lo que no quiere decir que su devenir haya sido sencillo, rodeada como está de enemigos de todo tipo. En este contexto, la creación de milicias populares es una imposición de la situación en la que se haya sumida la región. Pero su importancia, innegable, es cuando menos equiparable al desarrollo de estructuras de autogestión y otros fenómenos similares, que a menudo reciben menos atención. Probablemente, el gran impacto mediático que ha tenido el aspecto bélico del movimiento responde más a la necesidad de las sociedades occidentales de consumir continuamente imágenes espectaculares que a otra cosa. Pero tras el ruido de los combates, en la penumbra, el bosque crece, silencioso, sin un suspiro. También en otras zonas limítrofes al norte de Siria, en las que la población local ha organizado estructuras de autogobierno similares, de forma autónoma.
No hay espacio aquí para entrar a detallar los principios del confederalismo democrático, ni los múltiples aspectos que se pueden considerar de su realización práctica (económicos, sociales, políticos, ecológicos, feministas…). Pero sí que hay dos elementos que merece la pena tener en cuenta. El primero es que constituye una contribución por derecho propio al acervo de las ideas y prácticas libertarias y revolucionarias en general. El segundo es que reducirlo al movimiento de liberación kurdo, o equipararlo con este, es caer en un análisis simplista.
Desde el punto de vista ideológico, el confederalismo democrático se reconoce inspirado en una tradición de pensamiento revolucionario y anarquista. Es de sobra conocida la historia de cómo las obras del libertario estadounidense Murray Bookchin sirvieron de inspiración a Abdullah Öcalán en la formulación de este planteamiento . A través de este vínculo, las experiencias actuales de autogobierno y autogestión en las zonas de desarrollo del confederalismo democrático se enlazan de forma directa con la Revolución Española de 1936, con CNT, y aún más, con toda la tradición de pensamiento anarquista anterior, desde mediados del siglo XIX. Pero en absoluto se trata por ello de un simple remedo. Por el contrario, formula una serie de planteamientos que no están presentes en otros modelos libertarios anteriores, o por lo menos no de la misma manera. Al hacerlo así, actualiza la propuesta anarquista, en la teoría y en la práctica, a la realidad de un planeta globalizado y al borde del colapso ecológico.
El confederalismo democrático se propone tres ejes centrales: el rechazo de la nación-estado, el ecologismo y la liberación de las mujeres. Se puede argumentar que estos vienen determinados en demasía por la realidad concreta del contexto cultural y territorial al que se dirigen. ¿Se podría considerar que, en otros ámbitos y ante otras realidades, sería necesario completarlos? ¿Por ejemplo, añadiendo la igualdad racial o la lucha de clases? Sin duda, los tres aspectos mencionados no agotan la crítica anarquista al poder o a la autoridad, que se puede desarrollar en múltiples direcciones. También se podría discutir si cualquier otro elemento añadido es derivable de los pilares centrales propuestos, o no. Pero este tipo de debates no nos llevan muy lejos. Sea como sea, nada de ello resta mérito a la intencionalidad práctica que anima al confederalismo democrático. Al contrario, nos recuerda que las ideas anarquistas y libertarias no son castillos en el aire, sino herramientas de la que se dotan las personas y los movimientos para analizar su realidad social, cultural, política y económica y abordar su transformación. Como el anarcosindicalismo. En este sentido, puede que el confederalismo democrático no sea un modelo completo aplicable, como un calco, a todos los contextos. Es tarea de cada cual apropiárselo y añadir lo que eche en falta, si es que echa algo en falta. Pero es innegable que como propuesta revolucionaria en un contexto concreto es una aportación de primer orden, de la que se pueden extraer ideas y nociones válidas en general.
Por ejemplo, su crítica a la nación-estado va más allá del tradicional rechazo anarquista al Estado, sin más. Aunque es cierto que muchos pensadores libertarios se han opuesto también al nacionalismo, a nadie se le escapa que nación y nacionalismo son cosas diferentes. En este sentido, a menudo la crítica libertaria de la nación ha sido mucho menos perfilada, centrando sus ataques en el Estado en exclusiva. De ese modo, se ha creado una zona gris, se ha dejado una puerta abierta por la que acabaron por colarse esperpentos como el anarco-nacionalismo, reclamando para sí mismos carta de naturaleza, en base a una supuesta diferencia entre la nación, como estado en ciernes y como “comunidad culturalmente definida”. Como veremos más adelante, hablando precisamente del caso kurdo, esta diferenciación es insostenible, porque la idea de la nación solo puede construirse sobre los mismos mecanismos de base que actúan en la definición del estado.
Por otro lado, el binomio nación-estado actualiza la crítica libertaria a la realidad de un mundo globalizado, en el que la colonización ha adoptado formas muy diferentes de las del imperialismo decimonónico, pero no por ello menos descarnadas. No cabe duda de que las ideas libertarias fueron incapaces, durante las décadas que ocupan la segunda mitad del siglo XX, de apelar a las legiones de desposeídos y desposeídas del mundo, que se hallaban precisamente empeñados y empeñadas en luchas por liberarse del yugo de las metrópolis occidentales. En el período de descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial, la conquista de un Estado propio se entendía a menudo como la única opción viable y realista para escapar de una dependencia imperialista, extractiva y genocida. Máxime cuando se daba el importantísimo condicionante práctico de la existencia de un bloque socialista dispuesto a apoyar este esfuerzo con armas y dinero, en el marco de la Guerra Fría. No obstante, a menudo esta ambición nacional y estatal escondía la semilla de los posteriores conflictos que han plagado muchos territorios descolonizados.
Frente a estas limitaciones, extender la crítica al binomio nación-estado y no limitarla solo a este último, constituye una herramienta de análisis mucho más potente. El confederalismo democrático, aparte de su evidente deuda con Murray Bookchin, hace suya la noción de Benedict Anderson de que la nación es una comunidad imaginada . Es decir, una agrupación amplia de personas que no se conocen entre sí, pero que se reconocen como partícipes de una misma comunidad en base a características comunes atribuidas a cada integrante, precisamente por serlo de esa comunidad. Evidentemente, este reconocimiento, esta comunidad así definida, solo puede cobrar forma cuando se va más allá y se pasa por encima de las innumerables diferencias de todo tipo que hay -objetivamente- entre dichas personas. Es decir, se decide privilegiar ciertos aspectos unificadores, como el idioma, en detrimento de otros disgregadores, como la clase, por poner un ejemplo. En este sentido, la mera existencia de la nación presupone un rodillo homogeneizador que se pasa por encima de las diferencias de todo tipo que presentan las personas que la integran, para dar lugar a unas fronteras nacionales tan artificialmente definidas como las estatales. Lo cual en última instancia no es diferente del proceso que sigue el estado para crear la figura del ciudadano o ciudadana. Por supuesto el tema es mucho más complejo, pero se puede concluir que la propuesta del confederalismo democrático, de comunidades autogestionadas coexistiendo sobre un territorio, sin reclamar exclusividad alguna sobre éste -ni nacional ni política-estatal-, va más allá del mero rechazo al estado como organización burocrática. Incluye y supera las divisiones por nacionalidades y constituye una opción teóricamente válida y prácticamente operativa. Desde luego, no se puede asegurar que este tipo de análisis hubiese permitido a los movimientos libertarios superar la larga marcha en el desierto que fue la segunda mitad del siglo XX. Tampoco que esta propuesta hubiese podido ser la varita mágica que solucionase la miríada de problemas que han plagado la historia reciente de los pueblos descolonizados. Pero de lo que no cabe duda es de que se trata de un planteamiento consecuentemente revolucionario y libertario por derecho propio, que se puede incorporar en líneas generales al acervo del pensamiento anarquista como una oportuna actualización, también en sentido práctico, de uno de los pilares fundamentales de nuestra idea.
El mejor ejemplo de la veracidad y oportunidad de este planteamiento se halla en el propio movimiento de liberación kurdo. Para comprobarlo, no hay más que echar un vistazo a las diferentes corrientes y tendencias que se dan entre la población de las diferentes regiones del Kurdistán. Es fácil comprobar que su homogeneidad es más que cuestionable. No puedo analizar aquí aspectos lingüísticos o culturales, que no conozco. Pero las diferencias políticas e ideológicas son evidentes y suficientes por sí mismas. Para empezar, el ejemplo más paradigmático de afirmación nacional kurda es la iniciativa estatista, capitalista y en absoluto revolucionaria de la Región Autónoma del Kurdistán en el norte de Iraq. Construida bajo la égida del PDK (Partido Democrático del Kurdistán), ha buscado conseguir rápidamente todas las características propias de un estado, incluida una burocracia propia, una política exterior y un ejército -los conocidos peshmergas-. Desde luego, y a pesar de todas las críticas que se le puedan hacer, nadie niega que supone un importante avance para la población kurda de la zona, con respecto a las masacres y a los ataques genocidas con armas químicas que llevó a cabo el régimen de Saddam Hussein en la década de 1980. Pero dicho esto, lo cierto es que ni siquiera dentro de este campo tan acotado se puede hablar de unidad de la nación kurda. Esta Región Autónoma ya superó un enfrentamiento civil interno a partir de 1994 (entre el PDK y la UPK, Unión Patriótica del Kurdistán), que dejó varios miles de muertos, y de nuevo se escucharon tambores de guerra después del referéndum por la independencia de 2017.
Como estado embrionario, la Región Autónoma busca defender sus intereses a través de una política exterior propia. Una prioridad en este sentido es la alianza con Turquía y la supresión de las facciones revolucionarias kurdas, hacia las que no muestra simpatía alguna. A raíz de ello, permite la presencia permanente de un destacamento militar turco en su territorio (lo que ha causado fricciones con el gobierno central iraquí) y las incursiones aéreas y ataques de la aviación de aquel país contra las bases de la guerrilla kurda en las montañas de Qandil, cerca de la frontera con Irán. Además, es una pieza fundamental en el embargo económico que asfixia a la Revolución en Rojava. No cabe duda de que la liberación nacional, por sí misma, no tiene nada de revolucionaria.
Más allá de esta zona geográfica, podemos encontrar escenarios similares, o incluso peores. Por ejemplo, es de sobra conocido que el ejército de Turquía ha reprimido sangrientamente a todas las facciones revolucionarias en las regiones de mayoría kurda del sureste de ese país. Estos ataques han dejado miles de muertos y a menudo han atrapado a la población civil -término impreciso en este contexto, pero que uso por conveniencia- de la zona. A pesar de ello, hay una parte de la población kurda en Turquía que apoya a Erdogan. Sin duda, este porcentaje es menor de lo que los voceros del gobierno turco nos querrían hacer creer, pero no por ello es inexistente. Se puede comprobar, por ejemplo, en los resultados del referéndum constitucional de 2017 y en las elecciones de 2018, en los que este apoyo es evidente.
Aunque sin duda, el caso más sangrante debe ser el del Batallón Salah al-Din, que reunía a los islamistas kurdos que se habían unido voluntariamente al Daesh (Estados Islámico) y que participaron activamente en los combates en la región, además de editar abundante propaganda en idioma kurdo dirigida a reclutar nuevos combatientes . Aunque hay que reconocer que estos casos extremos no pasaron nunca de constituir una pequeña minoría, su relevancia en ocasiones ha sido importante. Por ejemplo, parece probado que los autores de los atentados suicidas de Suruc y Ankara, en 2015, que dejaron un total de 142 personas muertas y cientos de heridas, dirigidos contra organizaciones progresistas, laicas y pacifistas en Turquía, eran kurdos reclutados por Daesh.
A la inversa, aunque es innegable que la columna vertebral de la Revolución confederalista democrática es la población kurda de Oriente Medio, no lo es menos que las iniciativas de autogobierno y autogestión han conseguido un apoyo apreciable entre otros grupos étnicos y culturales de la región. Por ello, se han dado pasos sobre el terreno para articular de manera más eficaz la cooperación entre los diferentes participantes. Por ejemplo, en octubre de 2015 se fundaron las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), para reunir a las diferentes milicias que combatían a los islamistas en la zona. Las conocidas YPG e YPJ se integraron en las FDS y, aunque en un principio eran mayoritarias en su seno (en torno a un 70% de los efectivos), las constantes adhesiones de unidades árabes, turcomanas y siríacas han reducido mucho este predominio. También en un ámbito estrictamente político, se adoptó la denominación de Federación Democrática del Norte de Siria, más inclusivo, frente al de Rojava, que es una palabra kurda.
El punto hasta el que el proyecto del federalismo democrático ha sido asumido por la población no kurda de la zona es objeto de un encendido debate. Abundan los ejemplos y argumentos a favor y en contra. No cabe duda de que es un tema importante, porque precisamente lo que propone el modelo es un sistema que facilite la convivencia de una población étnica, cultural y religiosamente diversa en un territorio, más allá de las barreras de nación y estado. No obstante, más allá de constatar que existen multitud de condicionantes previos que pueden facilitar o dificultar la integración de un sector determinado de la población en el proyecto, es un debate que no se puede resolver aquí. En buena medida, también, porque solo se puede dirimir de forma práctica, sobre el terreno.
Lo que se puede concluir de los párrafos anteriores es que no hay motivo alguno para equiparar o reducir el confederalismo democrático con el movimiento de liberación kurdo. Ni son todos los que están, ni están todos los que son. En todo caso, con lo dicho hasta el momento, queda suficientemente demostrado que se trata de un propuesta revolucionaria y libertaria por derecho propio, cuya relevancia va más allá de un contexto determinado y que hace aportaciones de validez general para cualquier planteamiento que se proponga la transformación en profundidad de una realidad social determinada. Lamentablemente, por motivos de espacio y de coyuntura no puedo analizar aquí los otros dos pilares del confederalismo democrático, la ecología y la liberación de las mujeres. Pero es fácil intuir que ambos contienen el germen de aportaciones similares, igualmente relevantes y oportunas.
CNT se define como una organización revolucionaria. Nuestro objetivo es la implantación del comunismo libertario y nuestra herramienta es el anarcosindicalismo. Así se viene afirmando congreso tras congreso, sin vacilar, incluido el más reciente de Zaragoza, en diciembre de 2015. Precisamente, el potente desarrollo de un sindicalismo de ruptura no es sino un paso previo y necesario para avanzar en la consecución de nuestras finalidades. En este momento, a nivel global, es difícil encontrar iniciativas prácticas de transformación social, más allá del propio caso del confederalismo democrático. Aunque no falta quien vocifera en las redes sociales, lo cierto es que no hay una alternativa consecuentemente revolucionaria y capaz. Ante este panorama, la construcción del movimiento revolucionario en sí mismo y el desarrollo de sus herramientas prácticas es la tarea que debemos enfrentar quienes entendemos que es necesaria una profunda transformación social de las estructuras del sistema actual, a todos los niveles. Hacer declaraciones maximalistas en ausencia de un proyecto y de un agente que las lleve a cabo es inconsecuente. Ahora mismo, lo revolucionario en nuestro contexto es, y no puede ser de otra manera, construir movimiento, asentar bases y desarrollar herramientas.
Sin duda, parte de esta construcción es el establecimiento de lazos y relaciones de trabajo con proyectos afines. Ya hemos visto que el confederalismo democrático es revolucionario y libertario y que supera la cuestión nacional para ser una propuesta general y amplia. Es en este aspecto que se da una innegable convergencia con nuestros postulados y nuestras finalidades. Por todo ello, como organización consecuentemente revolucionaria, CNT no puede sino expresar su admiración y manifestar su más absoluta solidaridad con quienes defienden el proyecto del confederalismo democrático, en Rojava y en otras partes de Oriente Medio. Máxime cuando sabemos que su defensa frente a las hordas fascistas de DAESH o contra la agresión turca ha costado innumerables vidas. Cuando miles de compañeros y compañeras se empeñan cada día en construir estructuras de autogestión sobre el terreno, en unas condiciones de bloqueo y embargo muy difíciles. Cuando la comunidad internacional parece estar a punto de abandonarles a su suerte frente a un ejército invasor. No cabe duda de que nuestra solidaridad no será sino una gota en el océano de unas necesidades infinitas. Pero que no se diga que no nos hemos volcado con ello, hasta la medida de nuestras posibilidades. Es importante para los compañeros y las compañeras de la zona, pero, tal vez, aún más para nosotras mismas.
En este sentido, a través del SOV de Hospitalet, se ha tramitado la propuesta de la Comuna Internacionalista de contribuir a la campaña de reforestación en Rojava. Como organización confederal, no nos cabe sino ponernos a disposición de los compañeros y compañeras sobre el terreno y aportar nuestra solidaridad allí donde nos indiquen. Por ello, desde la Secretaría de Exteriores animamos a toda la afiliación y a los sindicatos a hacer nuestro mejor esfuerzo para apoyar esta ilusionante iniciativa. Para que el bosque siga creciendo, en silencio, pero con fuerza imparable.