LA ACCIÓN DIRECTA DE LAS MASAS CONSIGUE MÁS EN UNAS HORAS QUE LOS DISCURSOS DE LOS POLÍTICOS EN MUCHOS AÑOS – El Salto

  • El motín de Gasteiz que bajó el pan.
  • Una movilización masiva en una Gasteiz de 35.000 habitantes condujo a la bajada generalizada del pan en junio de 1915.


La banda tocaba música popular desde el kiosko de la Plaza Nueva de Vitoria-Gasteiz, haciendo las delicias de cientos de vitorianos y vitorianas. Eran las 21.30 del viernes 18 de junio de 1915, y aunque el trabajo era duro, el salario bajo y los precios altos, en España la gente humilde podía disfrutar durante el fin de semana de unos momentos de asueto vedados en ese momento a los demás jóvenes europeos, que morían por miles en las trincheras de la I Guerra Mundial. Sin embargo, la diversión dio paso a un motín de consecuencias positivas para la población local. Entre los bailes y las risas, se abrió paso un hombre con un cartel entre las manos. Éste rezaba: «¡Abajo el pan!».

En efecto, la guerra europea no trajo sangre, pero sí fluctuación de precios, incluido el del pan, pieza básica de la dieta obrera. El malestar generalizado, expresado por las organizaciones obreras y la oposición republicana, indujo a las autoridades a tomar cartas en el asunto. Sin embargo, tanto a nivel local como nacional, los intentos de frenar el alza fueron un fracaso.

Cuando la Junta Provincial de Subsistencias y el Gobierno civil fijaron precios de tasa en los primeros días de mayo de 1915, los productores de cereal dieron rienda suelta a la especulación, acaparando el producto. En consecuencia, las panificadoras insistieron para elevar el precio. El alcalde, de inclinación carlista y vinculado a las fuerzas vivas rurales (entre ellas los propietarios agrícolas), se negó en un primer momento a incautar trigo al precio fijado, pero finalmente se vio obligado a dar su brazo a torcer y estableció la incautación. El problema parecía solucionado.

VIERNES DE REVUELTA

No obstante, la calma no duró. Ese mismo viernes, la otana (hogaza redonda típica de Álava) había subido cinco céntimos, volviendo a crispar los ánimos en esta ciudad que por aquel entonces sólo contaba con 35.000 habitantes.
Si el hombre del cartel pretendía desencadenar una solución, no le pudo salir mejor. Según relata Antonio Rivera en La ciudad levítica. Vitoria, 1876-1936, la Policía Municipal le abordó tratando de romper su pancarta, y logrando justamente lo contrario. Los presentes respondieron con silbidos, y un grupo de 40 personas se dirigió a la Panificadora Vitoriana. Al ser rechazados por la Guardia Civil, regresaron a la Plaza Nueva, donde volvieron a enarbolar el cartel.

Galo Díez, un conocido sindicalista local que en los años venideros desarrollaría el sindicalismo revolucionario tanto en Álava como en Guipúzcoa, aprovechó el momento. Subió al kiosko, la banda dejó de tocar y las luces se apagaron. Díez animó a protestar hasta que bajara el precio, culpando a los especuladores por lucrarse con las penurias de los trabajadores y a los políticos por ignorar un problema que no les afectaba personalmente.

Parece que Díez, con su aspecto duro y su voz grave, fue convincente: una enorme masa de gente se dedicó durante las dos horas siguientes a apedrear panaderías, romper la maquinaria de las fábricas panaderas y cubrir las calles vitorianas con su harina. La improvisada manifestación fue disuelta por guardias civiles a pie y a caballo, que detuvieron a varias personas. Galo Díez sería considerado el instigador de la revuelta y fue detenido y encarcelado una semana después, algo que para él ya era costumbre a sus 31 años de edad.

Ahora bien, el motín cumplió su función: días más tarde, el pan volvió a su precio original sin explicación oficial alguna. Una década después, el reputado sindicalista Manuel Buenacasa exponía en su obra El movimiento obrero español la que para él era la moraleja de aquella noche especial en Gasteiz: «La acción directa de las masas consigue más en unas horas que los discursos de los políticos en muchos años».

Eduardo Pérez

Publicado en: EL SALTO


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