LA MUERTE CON LA QUE JOAN PEIRÓ SE GANÓ A SÍ MISMO – El Salto

Mientras esperaba el consejo de guerra, el franquismo victorioso hizo una oferta irrechazable al sindicalista y ministro republicano Joan Peiró.

Joan Peiró se acaba de levantar de su catre en la celda que ocupa en la cárcel de Valencia para escuchar a su abogado. Le mira fijamente y el letrado baja la mirada. Es un efecto que suele lograr, cultivado en cientos de mítines y asambleas. Sabe imponer respeto con la voz, pero también con los ojos. Los desvía hacia la ventana enrejada. Llueve, lo que empeora la sensación de frío que inunda sus huesos y músculos en esta mañana de noviembre de 1941. No es lo mismo estar preso con 20 años que con más de 50.

“Irrechazable”. No hay que tomárselo de forma literal, pues lleva meses rechazándola. Sabe lo que el abogado quiere decir. “Irrechazable” para cualquiera que tenga instinto de supervivencia. ¿Tiene él ese instinto? Sí, claro que lo tiene, siempre lo ha tenido, incluso en los peores momentos. Lo tuvo el 5 de febrero del 39, cuando atravesó la frontera francesa tras perder su país. Lo tuvo el 13 de diciembre del 40, cuando los nazis le llevaron a Tréveris después de su detención en Francia. Y lo tuvo de febrero a marzo de este mismo año, cuando su extradición de Alemania a España le supuso varias sesiones de golpes en la Dirección General de Seguridad de Madrid. Hay partes de su cuerpo que todavía le duelen como secuela de los impactos de las botas militares.

El guardia avisa de que el tiempo de visita se acaba, y el abogado le insta a dar una respuesta. A veces le molesta su insistencia, pero es consciente de que simplemente quiere salvarle la vida porque es un buen profesional. Además, parece haberle tomado afecto. Por eso le parece “irrechazable” la oferta de sus captores: la colaboración con la Organización Sindical Española, el Sindicato Vertical creado por el régimen en sustitución de las ilegalizadas centrales sindicales. A cambio, salvará su vida.

El instinto de supervivencia le anima a aceptar la oferta, pero un ser humano no es solo eso. Incluye otras cosas: dignidad, por ejemplo. Por este motivo, en todas las ocasiones en que su abogado le ha transmitido la “oferta irrechazable”, él la ha rechazado sin apenas tomarla en consideración. Sin embargo, en esta ocasión le dice al abogado que mañana por la mañana le comunicará la respuesta definitiva. En definitiva, como no tiene otra cosa que hacer puede dedicarle 24 horas a sopesar seriamente la cuestión, aunque sea por deferencia con su insistente defensor. Al abogado se le iluminan los ojos y sale de la celda.

Se dispone a estudiar el asunto desde otros ángulos que todavía no ha contemplado. Por un lado, ¿habría posibilidad de actuar, desde dentro del régimen, para derribarlo? Le gustaría pensar que sí, que desde un puesto de cierta responsabilidad podría tener una libertad de acción relativa para contribuir a la derrota de Franco, aún no consolidado del todo. No obstante, no se quiere hacer trampas al solitario. Aceptar un cargo de este tipo laminaría su prestigio entre la oposición antifascista y su capacidad de contribuir de forma relevante a la causa sería, como mínimo, dudosa. Seguramente estaría en disposición de suavizar algunas situaciones, dar cancha a los grupos de obreros menos sumisos… Con su edad y sus achaques, ahora mismo no ve que pueda desempeñar tareas más relevantes. Con el transcurso de la mañana, el frío de la celda se disipa y Peiró se dispone a examinar su vida, paso a paso y año a año, para averiguar si existiría algún tipo de coherencia entre su trayectoria y la aceptación de la oferta.

Examina su biografía como cooperativista, en un movimiento poco atendido, ignorado o directamente despreciado por muchos de sus compañeros anarquistas. Para él, sin embargo, el cooperativismo era el aprendizaje de los obreros a controlar la producción, uno de los preparativos fundamentales para la revolución social. Así lo había vivido como integrante de la cooperativa Cristalerías de Mataró, cuyo éxito (llegó a ser la mayor productora de bombillas de España) le llenaba de orgullo. ¿Qué dirían sus compañeros cooperativistas al verle al frente del Sindicato Vertical?

Desde el atardecer hasta bien entrada la madrugada, explora en sus recuerdos como militante sindical y libertario. Siempre ha considerado que el factor que le ha permitido llegar a ser una de las personas más reconocidas de ese espacio ha sido su capacidad de análisis, su cuestionamiento constante de la tradición y de las ideas para, incluso de forma heterodoxa, buscar la mejor solución a cada problema. Fue así, forzándose a pensar, como propuso o respaldó diversas iniciativas en el seno de la CNT: la “moción política” de 1922, las federaciones de industria, el Manifiesto de los Treinta… Algunas fueron rechazadas, otras aceptadas, otras rechazadas para más tarde ser aceptadas. Pero estaba convencido de que la militancia confederal, incluso sus críticos más acérrimos, respetaban su capacidad de defender lo que pensaba. ¿Qué dirían sus camaradas de toda la vida, cercanos y lejanos, al verle en un órgano creado por sus verdugos?

En base a ese mismo proceso de razonamiento había aceptado ser ministro de Industria durante la guerra, un experimento malogrado por la inexperiencia de los confederales frente a políticos burgueses avezados en esas lides. En ese cargo había seguido actuando según su conciencia. Denunció sin pelos en la lengua las operaciones criminales de los estalinistas contra el POUM e incluso intervino en no pocas ocasiones a favor de acusados derechistas cuyo único delito para acabar ante una patrulla incontrolada o un tribunal era simplemente pensar de forma diferente. No dejaba de ser curioso que esa actitud humanitaria fuera su mejor baza frente al consejo de guerra que se estaba preparando. Falangistas, religiosos y militares que le debían la vida testificarían a su favor. Peiró no creía que estos testimonios le fueran a evitar el pelotón de fusilamiento. Igual que estaba en su ADN político haber ayudado a esas personas, fusilarle por pensar diferente estaba en el ADN político de los fascistas.

Sin embargo, incluso se preguntó lo que pensarían de él esos reaccionarios a los que había echado una mano y que le respetaban o admiraban —así se lo habían transmitido)—por haberse arriesgado a defenderles, a ellos precisamente, sus enemigos políticos. ¿Qué pensarían si ahora se pasara a su bando, aunque fuera por pura y dura supervivencia?

Aterido por el frío, el sueño acabó por vencer a Joan Peiró. Se despertó pocas horas después, preparado para recibir a su abogado. Este entró en la celda, moviendo las manos nerviosamente. “¿Qué has decidido?”.

Ocho meses más tarde, el cuerpo de Peiró se derrumbaba atravesado por las balas en el campo de tiro de Paterna. Su abogado siempre recordaría la frase con la que le había contestado aquella mañana del anterior noviembre: “Con mi muerte, me gano a mí mismo”.

Eduardo Pérez | Ilustración de Belén Moreno

Artículo publicado en EL SALTO.