La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, al referirse al aumento exponencial de contagios en los barrios de la periferia sur habló de los «modos de vida» que, para ella, seguro son la barbarie.
Un 29 de marzo de 1516, la República de Venecia segregó a los judíos, creando así el llamado “primer gueto de la Historia”. Entonces, la masiva llegada de personas refugiadas judías expulsados por las Coronas de Castilla y Aragón, así como de los territorios del sur de Italia pertenecientes a ella, llevó al Senado veneciano a pensar en una solución para esa presencia, entonces, molesta: les permitirían asentarse en la ciudad siempre que lo hicieran en una zona periférica al norte, en donde serían encerrados y vigilados durante la noche por centinelas cristianos.
Desde entonces muchos guetos han llovido, sobre todo en la vieja Europa, quien parece haber encontrado en esta una efectiva fórmula de control y exclusión de la inmigración, de la disidencia, de lo incómodo, de lo “anormal”, del otro. Europa, tan acostumbrada a sus modernas y por tanto excluyentes formas de otredad, de ellos contra nosotros. La identidad propia construida a través de la existencia de lo ajeno, la necesidad de formación de comunidad desde la exclusión, es una práctica que se ha visto reforzada por los procesos de colonización, exterminio y acumulación originaria de capital por despojo. La razón europea, ante la barbarie de lxs indixs, de lxs negrxs.
Este mismo argumento fue utilizado hace apenas una semana por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, al referirse al aumento exponencial de contagios en los barrios de la periferia sur: “Se están produciendo entre otras cosas por el modo de vida que tiene nuestra inmigración en Madrid y también por la densidad de población de esos distritos y municipios”. Ese “modo de vida” para esta señora seguramente es la barbarie: pisos habitados por familias extensas, tías, primas, abuelas, padres, hijas. Para ella es inconcebible que en una casa puedan vivir más personas que mamá, papá e hijes. No voy a entrar a debatir sobre lo profundamente tóxica, patriarcal y capitalista que es la familia nuclear, lo que sí me gustaría apuntar es que “ese modo de vida” es el resultado de vidas precarizadas, de salarios de miseria, de explotación de la fuerza de trabajo migrante, racializada. Son el resultado de la carne de cañón capitalista, son el resultado, entre otras cosas, del expolio sufrido por muchos territorios del globo desde hace más de 500 años y que hoy siguen padeciendo bajo figura de transnacionales.
Con estas declaraciones xenófobas y racistas, Díaz Ayuso legitima la creación del gueto Madrid Sur: Vallecas, Usera, Villaverde, Carabanchel.
El gueto del siglo XXI al estilo español también tendrá sus centinelas, el responsable de las fuerzas de seguridad aseguró que “la policía y la guardia civil seguirán velando por la salud y seguridad del conjunto de los ciudadanos”, es decir que, en lugar de aumentar el número de personal sanitario en estos barrios, se aumentará la presencia de las fuerzas del orden. Esas mismas que, durante el pasado confinamiento, se dedicaron no solo a multar, sino a reprimir de forma violenta, sobre todo a la población migrante y racializada. Fue un policía municipal el que multó a una amiga racializada por ir a comprar aceite. Fueron unos policías nacionales quienes se bajaron de un furgón y, sin mediar palabra, golpearon a un grupo de inmigrantes en la plaza de mi barrio por estar reunidos; también quienes le pidieron los papeles a una mujer latina cuando bajaba a tirar la basura.
Durante el pasado confinamiento, salí a la calle cuatro veces en 65 días. Cuando permitieron salir a dar paseos no era capaz de salir sola, necesitaba ir acompañada siempre de una persona blanca. Cuando pude volver a coger el metro, por momentos, me subía la ansiedad por la garganta. He pasado aproximadamente 80 días tomando diazepam para dormir y para vivir. Mi vida, como bollera, migrante, racializada ha cambiado de forma radical a raíz del confinamiento, no tanto por estar encerrada, que también, sino porque el miedo ha anidado en mi cuerpo, se ha acomodado y aún no quiere irse. Cuando el cuerpo lleva las marcas de la exclusión, salir a la calle implica mucho más que poner el cuerpo, implica mantenerte con vida o no.
Al saber del confinamiento selectivo mi primera reacción ha sido echarme a llorar, luego, el terror cogiendo la tripa. No quiero volver. No quiero volver a vivir lo mismo que un par de meses atrás, mi cuerpo no es capaz de soportar tanto estrés en tan poco tiempo. El racismo es una herida abierta que constantemente se reabre. El racismo provoca en aquellas personas que lo sufren problemas de salud mental y física. El racismo y las prácticas racistas de la policía en el Estado español me han provocado trastorno de ansiedad generalizada. Apenas hace una semana notaba que ya no me faltaba el aire al escuchar una sirena, hoy en el telediario he visto a un migrante siendo cacheado por la policía nacional. Todo vuelve a empezar y yo, como Sísifo, intento aferrarme a una piedra que seguir subiendo.
El 19 de abril de 1943 a las seis de la mañana, las organizaciones judías clandestinas Żydowska Organizacja Bojowa (ŻOB) y Żydowski Związek Wojskowy (ŻZW) esperaban a los soldados alemanes armados con granadas de mano y cocteles molotov, los enfrentamientos duraron pocas semanas. Cuentan las personas sobrevivientes que sabían que no tenían posibilidades de ganar a los alemanes; sin embargo, el levantamiento sirvió como inspiración y el año siguiente se sucedieron los levantamientos en otros guetos de Polonia.
Hoy, la rabia que me atraviesa el cuerpo, me recuerda que, desde Venecia hasta Madrid Sur, siempre nos quedará Varsovia.
Tatiana Romero
Publicado en PIKARA MAGAZINE