Dentro de la dura competición de sandeces en la que están envueltos últimamente nuestros dirigentes políticos, el otro día, el lehendakari Urkullu se escapó del pelotón con sus audaces declaraciones en las que reclamaba “republicanizar la monarquía”. Échale un galgo al estadista de Alonsotegi.
Las últimas informaciones sacadas a la luz sobre la vida privada del rey emérito han hecho que hasta los más monárquicos se ruboricen un poco a la vista de los despendoles de un señor que nos vendían como la personificación de la virtud. Y claro, ahora, tantos y tantas que tanto callaron durante tantos años, se atreven a afear la conducta del hombre, tratando de separarlo de la institución. Lo cual, no es del todo justo.
Esta injusticia me da pie para salir a defender a Don Juan Carlos I de Borbón y Borbón, Rey emérito del Reino de España.
Su Majestad está siendo sometido a un acoso y derribo despiadado, ahora que vive el ocaso de sus días. Y yo me pregunto: ¿qué pensará Don Juan Carlos de todo esto?
Yo creo que estará desconcertado. No entenderá nada. Se ha comportado siempre según fue educado: como un rey Borbón. Y aún así, se le vilipendia sin compasión y se anima a su linchamiento.
La Historia nos explica bien en qué consiste eso de «borbonear», que no es otra cosa que reinar viviendo a todo trapo, sumergido en el hedonismo, sin renunciar a ninguno de los placeres que el mundo ofrece: comer, beber, viajar, fornicar y disfrutar todo lo posible de la vida, trabajando lo menos posible. Modo de vida por el que muchos y muchas de los que hoy vociferan firmarían sin pensárselo dos veces. Y que a nuestro nivel, dentro de nuestras escasas posibilidades, muchas y muchos intentamos practicar.
La realidad es que Don Juan Carlos ha sido especialmente cuidadoso a la hora de separar su vida institucional de su vidorra privada. Y tan respetuoso ha sido con la institución, que no se ha dedicado a robar de lo público para financiar sus «borboneos». A diferencia de los políticos que meten la mano en el cajón para su propio beneficio, el Rey emérito se ha gastado su asignación, su sueldo, como ha estimado oportuno (faltaría más). Y como no le llegaba para costear sus regias aficiones, se ha buscado la vida con sus iguales para sacarse unas perrillas y propiedades a base de dar y recibir regalos y favores. Pero sin manchar en ningún caso la corona que ostentaba. Esto, en mi opinión, demuestra un gran respeto por su parte hacia la institución y hacia sus súbditos.
La monarquía es y debe ser así. No se puede pretender tener un rey Borbón y que sea un asceta vegano y abstemio dedicado al yoga, la lectura, la meditación y el deporte. Vaya porquería de rey sería.
Un buen rey bebe los mejores vinos y licores, come los más delicados manjares, caza especies en peligro de extinción, fornica con las más bellas damiselas y los más hermosos efebos, navega en los mejores yates, fuma los mejores puros, se sienta en los mejores palcos y se mete la mejor coca. Va todo en el pack. Y si algo de esto no te gusta, no seas hipócrita: es que no te gusta la monarquía. O te lo tragas todo sin rechistar o rechazas el plato entero.
Todos, a nuestro nivel, damos y recibimos regalos y favores de nuestras amistades para hacernos la vida más fácil y agradable entre nuestra gente. Lo que pasa es que tus amiguetes son unos pringaos como tú y los amiguetes de Don Juan Carlos son reyes saudíes y multimillonarios que cagan oro. Tú guardas en un bote de pimientos unos dinerillos que te has sacado haciendo un trabajillo en negro para un coleguilla y Don Juan Carlos tiene otro bote de pimientos que se llama Suiza.
Da un poco de vergüenza tener que explicar a estas alturas que el único modo de “republicanizar la monarquía” es eliminarla e instaurar una república. Al igual que la única manera de modernizar la Iglesia es hacerla desaparecer para siempre. No hay medias tintas posibles con instituciones tan arcaicas, anacrónicas y antidemocráticas como estas.
Es evidente que la monarquía debería ser erradicada por razones obvias, pero si nos van a obligar a tener un rey, yo exijo que al menos sea uno de verdad. Que no nos tomen el pelo con una versión edulcorada, baja en sal, sin cafeína y libre de grasas saturadas. Exijo un rey sin complejos, sin vergüenza. Un crápula vestido de armiño, con corona, cetro, orbe y toda la consagración asociada, como mandan los cánones. Un sabroso y picante Fernando VII, en vez de ese insípido y deslavado Felipe VI. Uno que muestre al pueblo sin tapujos la realidad de la institución y no dé lugar a debates absurdos sobre la actualización y continuidad de esa vergonzosa herencia del franquismo que es la actual monarquía española.
Fernando García Regidor
Publicado en CNT BILBO SINDIKATUA