« (…) La verdad es que las causas de esta guerra que ensangrienta los campos de Europa, como las de todas las guerras precedentes, radica únicamente en la existencia del Estado, que es la forma política del privilegio. El Estado ha nacido de la fuerza militar, se ha desarrollado sirviéndose de la fuerza militar, y es en esta fuerza donde debe lógicamente apoyarse para mantener su poderío. Cualquiera que sea la forma que revista, el Estado no es otra cosa que la opresión organizada en beneficio de una minoría de privilegiados. (…) La propaganda y la acción anarquista deben dirigirse con preferencia a debilitar y desintegrar los diversos Estados, a cultivar el espíritu de rebeldía y a desarrollar el descontento en los pueblos y los ejércitos. A los soldados de todos los países que combaten por la justicia y por la libertad, debemos explicarles cómo su heroísmo y su valor no servirán más que para perpetuar el odio, la tiranía y la miseria. A los obreros de las ciudades, debemos recordarles que el fusil que hoy empuñan sirvió otras veces para fusilarlos en ocasiones de huelga y de legítima revuelta, y que una vez la guerra concluya se volverá contra ellos para obligarlos a sufrir la explotación. A los campesinos, mostrarles que después de la guerra se verán forzados a encorvarse otra vez bajo el yugo para labrar las tierras de sus señores y alimentar a los ricos. A todos los parias, que no deben soltar sus fusiles sin haber ajustado cuentas con sus opresores y tomado posesión de los campos y las fábricas. A las madres, compañeras e hijas, víctimas de la miseria en exceso y de las privaciones, decirles quiénes son los verdaderos responsables de sus dolores y del asesinato de sus padres, hijos y maridos. (…)» (Comunicado anarquista, Londres, marzo de 1915)
No nos interesan luchas que excedan el logro del pan cotidiano o la eliminación de privilegios. No deseamos abordar más conflictos que los que enfrentan a quienes sufren opresión con quienes la ejercen. No queremos embarcarnos en guerras que solo roban techo, sueño, sueños y pan a quienes no las deciden mejorando techo, sueño y pan de quienes venden armas. No necesitamos guerras que lleven al frente a quienes nunca disfrutarán de los privilegios que vaya a repartir quien ice la bandera triunfante. No encontramos motivos para defender ninguna frontera porque nos guía el convencimiento de su inutilidad para la clase obrera, cuando no perjuicio. Esta guerra es un negocio, como todas las demás, y no queremos colaborar. Esta guerra no es nuestro negocio, y no queremos participar.
¿Quiénes se frotan las manos con los sesenta conflictos armados que hay en el mundo, distribuidos curiosamente lejos de las fronteras estadounidenses? “(…) La cifra total de las ventas ascendió a 531.000 millones de dólares (470.000 millones de euros), después de seis años consecutivos de aumentos. El volumen comercial del centenar de mayores fabricantes de armas creció más de un 15% en el último lustro. Estados Unidos mantuvo su hegemonía mundial: las 41 compañías de este país incluidas entre las 100 principales del mundo acapararon el 54% de las ventas totales el año pasado, con 285.000 millones de dólares (252.000 millones de euros), un 1,9% más interanual. (…)” (El País, 06/12/2021) Allí idean partituras indelebles cuyos sones cruzan raudos el océano: aquí las mujeres y los hombres trabajadores, la clase obrera, financiaremos a través del encarecimiento de los productos básicos y mediante merma salarial los presupuestos belicistas impuestos por los sucios socios de una organización que dice velar por la seguridad. ¿Seguridad de quién? Obsceno manejo del concepto, que podemos traducir como seguridad del patrimonio de unos pocos e inseguridad de la clase trabajadora.
La reciente propuesta europea CARE – Acción de cohesión para los refugiados en Europa – además de destinar cantidades ingentes de dinero a los problemas que entienden como resultantes del conflicto ucranio, permite e (im)precisa la suficiente flexibilidad como para que las habituales aves de rapiña afilen sus garras y exhiban sonrisas. Nos dicen cohesión donde se esconde fractura y devastación premeditadas que alimenten los negocios de la oligarquía en detrimento de una ciudadanía que flirtea adormecida con la esclavitud. Inundan después los medios de comunicación con relatos audio visuales –y, narcóticos– construidos a fuerza de drama que incida fácilmente en las emociones justificando actuaciones nefastas, cuando no apelando a la empatía y solidaridad –no universal, solo encorsetada; solo etiquetada, porque hasta osan delimitar a quién hay que ayudar ¡cuidado, no te vayas a equivocar! ¿Quiénes se frotan las manos exhibiendo la bondad de la “acogida” de personas que buscan refugio? Una bondad con olor y color cuantificable en términos pecuniarios: España cuenta en la actualidad con 35.040 entidades dedicadas al cuarto sector; que generan 2.196.907 empleos, esto es, el 8% del empleo total. La aproximación analítica al mismo es difícil: se trata de una realidad difusa de la que apenas podemos sospechar que, apoyada en ciertas desgracias, ofrece dudosos logros productivos o distributivos.
Si desde 2014 andaban diversos organismos internacionales mediando en un conflicto latente en Ucrania, ¿qué es lo que acontece ahora exactamente salvo infotoxicación mediática, desplazamientos involuntarios de las personas más pobres y desvío de capitales a destinos inciertos? Ocho años dándole vueltas al mercado de los recursos energéticos: ocho años en que la pobreza energética crece imparable entre las personas con menos recursos dibujando brechas abismales. Supimos de algún que otro tímido acercamiento a la otra orilla mediterránea: siempre pasando de puntillas por ese gran cementerio salado donde yacen otros y otras a quienes no dolió ni duele desahuciar. Escandalizados por el inminente agotamiento de harinas y aceites, ¿cuándo toca abordar una mínima soberanía alimentaria local? Esa “unión europea” –que todo lo mercantiliza, y que solo protege a las grandes fortunas– no pudo producir un gramo de paracetamol cuando aseguraba que era el único remedio contra los males pandémicos. ¿Qué haremos con tanto campo yermo? ¿Qué haremos con tanto gestor de erarios públicos que solo acierta a gestionar su bolsillo? Esa llamada “unión europea”, y sus encorbatados súbditos, empieza a ser experta en producir miseria porque la convierte en negocio, y se alimenta con ella, impune, rayando la gula.
Hay guerras ruidosas, como la ucrania –que también se nos olvidará un día. Hay otras, que por el contrario, se ignoran de tan calladas por los medios de comunicación, callamos de tan concienzudamente ignoradas. Sin embargo, también alimentan a las bestias belicistas, a esas cuyos hijos no mueren ni en el frente ni en la trinchera. Pero hay una guerra cotidiana que no podemos ignorar porque nos afecta de lleno. Es la del empeoramiento de las condiciones fundamentales de vida de la mayoría, mientras que las de una minoría mejoran.
No nos interesan luchas que excedan el logro del pan cotidiano o la eliminación de privilegios. No deseamos abordar más conflictos que los que enfrentan a quienes sufren opresión con quienes la ejercen. No queremos embarcarnos en guerras que solo roban techo, sueño, sueños y pan a quienes no las deciden mejorando techo, sueño y pan de quienes venden armas. No necesitamos guerras que lleven al frente a quienes nunca disfrutarán de los privilegios que vaya a repartir quien ice la bandera triunfante. No encontramos motivos para defender ninguna frontera porque nos guía el convencimiento de su inutilidad para la clase obrera, cuando no perjuicio. Esta guerra es un negocio, como todas las demás, y no queremos colaborar. Esta guerra no es nuestro negocio, y no queremos participar.