Carolina García: «Como mujeres, necesitamos unos derechos mínimos»

Entrevista a Carolina García, portavoz de la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Zaragoza

DOSIER: La lucha de las mujeres | Ilustración de Sofía V. | Extraído del cnt nº 431
Desde la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Zaragoza hacen repaso de la lucha continua que desarrollan para ser reconocidas como trabajadoras de primera. Desde la caja de resistencia en la pandemia, hasta tener derecho a paro.

Mientras para el común de los trabajadores la reforma laboral de este Gobierno ha sido considerada insuficiente, hay sectores donde estos cambios ni les han rozado prácticamente. Es el caso de los llamados sectores feminizados. Empleos y trabajos ocupados por una inmensa mayoría de mujeres que fueron consideradas esenciales durante lo más duro de la pandemia pero que esa consideración nunca se ha reflejado ni en sus salarios ni en sus derechos laborales. Mujeres que además de por el patriarcado, están atravesadas por múltiples violencias como la migración, ser personas racializadas en un país xenófobo y racista, la imposibilidad de conciliar trabajo y cargas familiares, la falta de redes e incluso ser supervivientes de la violencia de género. Hablamos con Carolina García, portavoz de la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Zaragoza sobre esta lucha que no parece acabar.

Pregunta.— Empecemos por el principio. Se habla de liberación de la mujer para ir al trabajo fuera de casa, pero ¿se hace muchas veces a costa de otras mujeres? ¿Y los hombres cuándo entran en los cuidados?
Respuesta.— Es una reivindicación que tenemos, porque cuando hablamos de los cuidados en general no se valora este trabajo. También cuando lo hacemos en España, somos mujeres migrantes. Nuestro trabajo ha permitido que otras mujeres se despeguen de ese trabajo, desarrollen sus carreras profesionales, puedan decidir sobre su vida, pero han dejando a otras mujeres atrás. Hemos sentido que como mujeres necesitamos unos derechos mínimos y parece que no se lucha por las reivindicaciones desde abajo. Recuerdo la primera convocatoria del 8 de Marzo en Zaragoza y nos sentimos que no estaban incluidas nuestras reivindicaciones. Las mujeres migrantes contamos, estamos atravesadas por otras violencias y, a veces, sentimos que no se ve que estamos organizadas y luchando. Algo que es muy difícil cuando estás abajo del todo, que no llegamos a todos, incluso compañeras que solo sobreviven sin que puedan militar.

P.— Organizarse en esas condiciones de trabajo precarias, con cargas familiares e incluso sin redes de apoyo es doblemente costoso. Pero peor aún para las internas, por ejemplo.
R.— Eso es, el caso de las mujeres internas es de otra gravedad. Ellas se encuentran bien con nosotras, pero les cuesta mucho participar en las actividades. Incluso hay compañeras que han podido militar durante un tiempo, porque trabajan en la limpieza y podían, pero no cuando cambian de trabajo. Muchas veces sin opción a negarse. Por ejemplo, una trabajadora migrante necesitaba ocho horas para renovar su permiso de residencia y trabajo y tuvo que volver al trabajo de interna para lograrlo. Ella ha estado en todo lo online, pero no puede presencialmente en nada por la falta de descansos y compatibilidad.

P.— Las empleadas domésticas son trabajadoras fuera del Estatuto de los Trabajadores pero con un régimen especial. Hasta el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) acaba de reconocer que esta situación es discriminación por sexo. ¿Por qué ocurre?
R.— Es el único sector que no tiene derecho a paro, y no sabemos el porqué. Somos las más precarias y te quedas sin nada si te despiden. Con papeles y sin papeles, te quedas desamparada. Nosotras tenemos una abogada que nos asesora en la asociación para pedir los días libres que te deben, la indemnización, los días que has trabajado pero no cotizado, etc.

P.— La reciente reforma laboral, ¿os ayuda en algo?
R.— Definitivamente no nos ha ayudado en nada. Como no estamos en el régimen general, nada. Teníamos la promesa de ratificar el convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), pero sigue en trámite. Ahora sabemos que están preparando una mesa en el Ministerio de Igualdad, también otra mesa sobre cuidados, pero no hay ni fecha ni contenidos.

P.— Las cartas que desde el Ministerio de Trabajo se mandaron a los empleadores, ¿han servido para algo?
R.— Estas cartas servían para informar a los empleadores que debían cotizar por la cuota actual del salario mínimo, ya que aunque el salario se incrementó, la base no. En eso sí que hemos visto que ha tenido efecto, pero solo en contratos de 40 horas, claro. Porque aunque muchas compañeras trabajan muchas horas, el contrato es de 36 o de 38 horas semanales.

P.— Además del maltrato laboral y salarial, existe también la violencia sexual y se aprovechan del aislamiento de las mujeres.
R.— Sobre todo las mujeres internas, están sin libertad de hacer una vida propia. Tú recién llegas a este país y buscas encontrar una familia que te acoja porque has dejado a la tuya. No solo es no tener los descansos necesarios o tener una carga de trabajo grande, si no también si tienes espacio propio, una puerta que cerrar. Para poder estar segura e incluso guardar el dinero, ante las dificultades de tener una cuenta bancaria para muchas. Pero lo peor es cuando las familias no se hacen cargo de los dependientes incluso el fin de semana o cuando está enferma la cuidadora.

Cuando vimos que la pandemia iba a traer muchos problemas y despidos, pusimos en marcha la caja de resistencia. La tuvimos abierta hasta el pasado mes de diciembre. En los días más duros, estuvimos ayudando a más de 100 mujeres, pagándoles el alquiler, otros gastos, en red con la solidaridad vecinal para alimentos y ropa.

P.— La pandemia fue uno de los peores momentos para visibilizar la situación de la empleada doméstica. ¿Empeoró vuestra situación? ¿Ha mejorado más?
R.— La pandemia ha venido a precarizar sus vidas, tanto laboral como mental. Algo que hubo un logro fue el subsidio por la pandemia, pero fue temporal y no se renovó. Mientras los demás siguen protegidos por los ERTES, nosotras no. El carácter de economía sumergida de nuestro sector, no solo por la migración, sino porque no dan de alta nos dejó en un gran problema. Fuimos reconocidas como servicios fundamentales, pero aún así incluso hubo multas a compañeras por no tener papeles o porque había jefes que no querían firmarles el pase, ya que era reconocer que trabajaban en esa casa cuando no estaban dadas de alta. Si antes de la pandemia ya estaban encerradas mucho tiempo, con la pandemia se ha asentado la reducción de los descansos. Hay familias que respetan y tienen buen trato, incluso hay compañeras que están ahí aunque no le paguen lo que deben porque lo agradecen trabajando y sin buscar otro trabajo. Pero ahora mismo, lo normal es lo otro: no respetan tus derechos y encima te tratan mal.

P.— Se trata de empleadores no profesionales muchas veces, pero tampoco gente con una renta muy alta.
R.— Es que además del racismo está el clasismo. Incluso aunque no sean ricos, ellos saben que están en una posición mejor que nosotras, mujeres racializadas migrantes. Las mujeres españolas sabemos que muchas veces pueden decidir irse a otro lado. Muchas de nosotras no. Incluso las internas, que no tienen ni domicilio propio ni para la Tarjeta Sanitaria.

P.— Vuestro trabajo muchas veces va más allá de las tareas, establecéis relaciones personales, de responsabilidad y cuidados sobre todo con las personas mayores. ¿Qué implica eso?
R.— He conocido casos de chicas que van a cuidar a las mayores gratuitamente porque empatizan mucho con la problemática y saben que hasta están sufriendo maltrato las mayores. Muchas veces cuesta mucho separar la vida personal de la laboral. Y volviendo a la pandemia, conozco el caso de una chica que no la dejaron salir de la casa cuando el mayor dio positivo. Aunque tenía el riesgo de contagiarse. Lo mismo que otra, que entró a trabajar sin saber que el mayor estaba contagiado. Ella acabó 15 días ingresada porque lo pilló fuerte y al darle el alta, la despidieron. Ese es nuestro día a día, atender casos como estos.

P.— Una de vuestras herramientas, además del asesoramiento, los talleres o las actividades de sociabilización, es la caja de resistencia.
R.— Nosotras cuando vimos que la pandemia iba a traer muchos problemas y despidos, pusimos en marcha la caja de resistencia. La tuvimos abierta hasta el pasado mes de diciembre. En los días más duros, estuvimos ayudando a más de 100 mujeres, pagándoles el alquiler, otros gastos, en red con la solidaridad vecinal para alimentos y ropa.

P.— Hablando de organización y redes, ¿por qué en muchos casos como el vuestro en Zaragoza decidís formar una asociación propia y no incorporaros a sindicatos ya en marcha?
R.— Cuando fundamos la asociación, no conocíamos sindicatos que estuvieran trabajando el tema de la limpieza o los cuidados. Ahora lo hacen, pero no de forma central, porque no somos fuente de financiación en cuotas para muchos. Tenemos mucha temporalidad, salarios bajos y muchas somos migrantes. Ahora conocemos sindicatos como CNT y CGT y, sobre todo, estamos haciendo red con otras asociaciones similares en otras ciudades. A mi personalmente, se me ha hecho difícil por nuestro origen, quizá somos distintos en la acogida.

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