Huelga y manifestación. Relato en femenimo

MEMORIA HISTÓRICA | Foto de época: Trabajadoras de la fábrica Shirtwaist | Extraído del cnt nº 431

La huelga ha sido una herramienta del movimiento obrero desde que éste se reconoce a sí mismo como tal, manifestación que muestra un ánimo, un objetivo y una fuerza colectiva. Hago este recordatorio por dos razones: como toda herramienta, puede utilizarse “bien” o “mal” y porque a la invisibilidad histórica femenina se unen una serie de prejuicios históricos que sitúan a la mujer fuera de esas luchas.

Pese a que casi desde el inicio del movimiento obrero los postulados –al menos los anarquistas y anarcosindicalistas– son absolutamente favorables al trabajo asalariado de la mujer, en pos de su dignificación a través de la independencia económica, como se afirmó en el II Congreso de la Federación Regional Española (Zaragoza, 1872), la realidad no seguía a lo escrito. La mayoría de obreros seguían siendo contrarios a tal derecho. Argumentaban que el trabajo femenino constituía un obstáculo para el desarrollo de la lucha obrera y que era una amenaza para el mantenimiento de los salarios y las condiciones de trabajo conseguidas, además perdían el rol de proveedor y cumbre en la jerarquía familiar.

La patente miseria de la clase obrera de nuestro país hacía el discurso de la domesticidad inviable en la práctica. Miles de mujeres en los telares y otras industrias, en el servicio doméstico, en el comercio, la agricultura han sido invisibilizadas, hasta el punto que existen historiadores que afirman que la mujer se incorporó al trabajo remunerado a mediados del siglo XX y después ilustraban sus palabras con una nave de telares del siglo XIX con cientos de mujeres. La realidad era que a mediados del siglo XIX, las obreras textiles constituían el 40% del total.

Y si hay obreras, si hay trabajadoras, hay conflictos laborales y luchas para resolverlos.

Como en julio de 1910 con una manifestación anticlerical compuesta por 10.000 mujeres. La manifestación se realizó simultáneamente en muchas capitales del Estado, para apoyar a los liberales en sus esfuerzos legales para llegar a una cierta laicidad, con una abrumadora participación femenina y con una extensión radical de las demandas y las quejas contra la Iglesia y el clero, con dos vertientes: que se dejara de discriminar a la mujer para dar misa o llegar a Papa y a la vez acusaban a la Iglesia de ser la responsable de las vejaciones y malos tratos sufridos por las mujeres.

Fueron innumerables huelgas y acciones revolucionarias hechas por mujeres (como el asalto a los ayuntamientos para quemar las cédulas de identidad de los hombres que iban a ser obligados a ir a la guerra en África). En un clima social convulso y precario, además de represivo, las más precarias se levantaron.

En 1913 la “Huelga de las Seis Semanas” fue un punto de inflexión para la clase obrera y una de las más importantes del sector textil de inicios del siglo XX. Un sindicato formado casi exclusivamente por mujeres, La Constancia, llevó a la huelga a más de 60.000 obreras en demanda de la supresión gradual del trabajo nocturno, aumento de sueldo (cobraban un 60% menos que los hombres) y reducción de jornada (trabajaban 12 horas y más). Desde el barrio de El Clot, de Barcelona, se desbordó a otras ciudades industriales de Cataluña. Tuvieron un gran protagonismo las compañeras Roser y Encarnació Dolcet.

La Societat de l’Art Fabril La Constància, inicia la huelga el 28 de julio de 1913 reivindicando sus demandas junto con la exigencia de reconocer su sindicato. Duró todo el verano y se extendió por toda la industria textil catalana. En agosto, en Barcelona, había 256 fábricas paradas y 24.030 obreros en huelga, mayoritariamente mujeres. Las mujeres aparecen en los conflictos, enfrentándose a la policía y a los esquiroles o haciendo piquetes ante las fábricas.

El 5 de agosto de 1913, la Rambla de Barcelona se vio ocupada de una enorme masa de mujeres en una manifestación que se desarrolló en absoluto silencio. Dos días después, la huelga crece en número y en sectores ajenos al textil que se unen a ella en solidaridad por la represión que están sufriendo las huelguistas. Se llega a las 100.000 personas en huelga.

El 24 de agosto se emite un real decreto que fijaba las 60 horas semanales para ambos sexos y se comprometía a hacer cumplir la Ley de 1900 que regulaba el sueldo y el trabajo nocturno de mujeres y niños. La patronal se negó a aplicarlo y amenazó a huelguistas y al propio gobierno con el lockout. Finalmente, el 15 de septiembre se da por concluido el conflicto y la huelga con la aceptación de la patronal de la jornada de 60 horas, sábados tarde libres y la desaparición progresiva del trabajo nocturno. Una victoria.

Orgullo de huelgas y manifestaciones que nuestras antecesoras en la Organización llevaron a cabo y que significaron la consecución de derechos y objetivos, o como mínimo su intento. Donde las mujeres no son ni han sido una excepción

La Gran Huelga de 1918. El enriquecimiento patronal durante la I Guerra Mundial no llegó a la clase obrera ni en las migas. Al contrario, una desorbitante subida de precios provocada por la situación, unos sueldos de miseria y unas condiciones esclavistas situaron al pueblo trabajador al borde de la supervivencia. Ante esta situación existía una lucha y contestación organizadas, donde destacaba CNT.
Carbón y alimentos. Frío y hambre. Y las mujeres saltaron. Hubo un levantamiento liderado y desarrollado por mujeres iniciado de forma espontánea en el Barrio Chino. En El Diluvio se relata el inicio de la movilización: “Eran las diez de la mañana, Amalia Alegre, una vecina de la calle del Olmo, cuelga en la calle un papel en donde convoca a todas las mujeres a dirigirse en manifestación al Gobierno Civil para protestar por la falta de subsistencias a precio tasado. Pronto se reúnen unas 500 mujeres que (…) llegan al Gobierno Civil”.

El gobernador recibe a una comisión de 5 mujeres de la manifestación, encabezada por Amalia Alegre. Piden que se respeten los precios estipulados y que no se especule con los alimentos y el gobernador les promete que así será. Aun así, se producen a la tarde y al día siguiente manifestaciones e incidentes con los carboneros que no vendían a precio tasado.

Los sindicatos obreros acuden a apoyar a las mujeres, pero estas rechazan su presencia porque así evitan infiltraciones de la policía (que son hombres) y porque quieren su propio camino (llegarán a decirles a los hombres que vayan a trabajar, que de esta lucha se ocupan ellas).

Durante 16 días, como no se cumplen las promesas, crecen la extensión de las huelgas, hasta llegar al paro general, y las acciones (cierran y destruyen tiendas, cierran lugares de ocio –algunas artistas del Paral·lel se unen a las huelguistas-, se manifiestan sistemáticamente y a veces en paralelo en diversos puntos de la ciudad, mítines, incorporación de las mujeres de clase media, solidaridad obrera y ciudadana…), la policía carga duramente y, al final, se proclama el estado de guerra y el ejército toma las calles.

Pero aun así, durante más de dos semanas las mujeres han paralizado la ciudad, han hecho que se cese al gobernador y que se tomen medidas legales para reducir y tasar los precios de los alimentos y el carbón.

El 8 de Marzo parte históricamente de situaciones relacionadas con huelgas, y para incluirlas me permito hacer un pequeño viaje por una serie de huelgas de mujeres ajenas al territorio español.

En 1789 las mujeres marchan sobre Versalles, y no es para sumarse a la Revolución Francesa, sino para exigir que esa revolución les llegara como mujeres. Lo que empezó como una manifestación por las subsistencias, se convirtió en una de demanda de derechos para las mujeres, a las que no se aplicaban los “Derechos del Hombre”, tan cacareados por los revolucionarios galos.

En 1857, en la que se considera como la primera huelga obrera de los Estados Unidos, las trabajadoras textiles de New York van a la huelga por los salarios de miseria, las jornadas de 12 horas y las condiciones laborales. Una marcha por la ciudad, reprimida duramente, es todo lo que pudieron hacer, pero empezaron el camino.

En 1908, 40.000 costureras se declaran en huelga en los Estados Unidos por los mismos motivos que las anteriores, el derecho de sindicación y el fin del trabajo infantil. En una de las fábricas, la Shirtwaist, los patrones encierran a las huelguistas, se declara un incendio y mueren 123 mujeres y 23 hombres. Conmemoramos una tragedia.

Muy poco después, en 1910, en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague se decidió convertir el 8 de marzo en el Día de la Mujer Trabajadora, y se celebró por primera vez en 1911.

En 1917, obreras rusas inician una huelga de hambre pidiendo pan y la caída del zar. Le siguen manifestaciones que culpan al zar de los muertos de la I Guerra Mundial y la falta de alimentos. Pasó una semana, el zarismo cayó y la Duma formó un gobierno provisional. Una de las chispas que llevarían a la Revolución Rusa. También fue un 8 de marzo.

El 24 de octubre de 1975, según los hombres islandeses, hubo un “viernes largo”, pues se tuvieron que hacer cargo de las tareas de las mujeres, pues prácticamente todas las islandesas se pusieron en huelga hasta conseguir que desapareciese la brecha laboral.

Y, más cerca de nuestro tiempo, huelgas de mujeres en la India, logran crear la Garment Labour Union para luchar en contra de la explotación de nuestra moda barata o huelgas en México y Argentina, por el feminicidio instaurado y donde nació el “Ni una menos”.

Y llegamos al 2018… y seguimos nuestra historia, y seguimos nuestra lucha.

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