El 21 de enero de 1894 nacía en Vitoria Alfredo Donnay Gómez. Murió en su ciudad natal bien cumplidos los noventa el uno de marzo de 1986. Longevo, ciertamente, no sabemos si porque la vida festiva y musical alarga la vida o porque fue persona con conciencia social desarrollada y eso tranquiliza el espíritu y vivifica el cuerpo. Salvo que se trate de coincidencia de nombre y apellidos, con doce años ejerció de vocal de la Agrupación Obrera Republicana de Vitoria, lo que significa que el niño venía con inquietudes. El joven Alfredo con 16 años tomó el camino argentino donde residía una hermana. Fueron dos años en Buenos Aires y Pingüe en los que adquirió conciencia social y reivindicativa. Retornado a Vitoria en 1913, trabajó de ebanista y abrillantador de muebles y, con las antenas bien orientadas, se movió en los ambientes más avanzados y progresistas de una ciudad con fama de clerical y castrense, que es como decir que se sintió a gusto en los ambientes anarquistas y no menos en los musicales (en 1917 miembro de la charanga Los Gitanos). En ambos iba a destacar.
Su tarea como músico es harto conocida: sin duda el padre de la música vitoriana y alavesa más popular, autor de innumerables piezas (letras y música) que se fueron recogiendo en varios libros: Canciones, Canciones de Alfredo Donnay, Juegos infantiles, Mis canciones, Nuevas canciones vitorianas, Nuevas y viejas canciones alavesas, Selección de canciones y Senderos de ilusión. Tal vez muchos no lo sepan pero el himno del Deportivo Alavés le pertenece, esa historia del «Bravo equipo albiazul…». En sus últimos años recibió múltiples homenajes y en vida una calle de Vitoria tomó su nombre.
La otra faceta, la de concienciado trabajador yace en el olvido, y nos compete a nosotros rescatarla. Fue uno de los militantes más sólidos del anarquismo y de la CNT de Vitoria. Y no de los que llegan cuando ya el carro se desliza vigorosamente, sino cuando ni siquiera existe carro y hay que comprar los bueyes. Desde su llegada de Argentina se batió el cobre al lado de Galo Díez, Juan Aranguren, Juan Murga y otros contra lo que llamaban las «adormideras», o sea, los obreros abotargados por el socialismo, la clerecía y el nacionalismo. Se lo batió bien, primero hasta lograr constituir una Sociedad Obrera de Resistencia (La Fraternal) recia y sin complejos en las protestas por la subida del pan (asalto de las tahonas en 1915), y paralelamente integrado en el grupo anarquista Los Conscientes (compuesto por Cosme Aranguren, Alberto Prestamero, Jesús Eseverri, Manuel Zavala, Juan Murga, León Jiménez, Isauro Hidalgo, Martín Ibáñez, Vicente Navarro, Indalecio Díaz y Juan Aranguren), padre y madre de todo cuanto en pro del ideal emancipador se forjó en nuestra ciudad. Y segundo, consiguiendo fundar y fortificar la CNT, no en vano, lo dicen los papeles, figura entre los refundadores en la fecha de 1-3-1920. En la Confederación destacó como poderoso militante en el Sindicato de La Madera y aún más como propagandista: por un lado, corresponsal de la prensa libertaria, encargado de difundir lo que proponía y hacía la entidad anarcosindicalista, por otro, poeta, autor de poemas revolucionarios profundos, sonoros y sinceros en defensa del anarquismo y de su solución social. Muestra de sus sentimientos y querencias son los poemas publicados en Solidaridad Obrera de Bilbao en 1920, de modo especial su serie «Lacras sociales».