UNIDAD Y MULTIPLICIDAD

Extraído del Pandora nº 130.

¿Por qué Georges Sorel, ese extraño anarco-marxista, profeta del sindicalismo revolucionario, se atreve a sugerir en sus Reflexiones sobre la violencia que las organizaciones proletarias deben replicar las formas organizativas de la Iglesia católica? A oídos anárquicos esto suena chusco, profundamente contradictorio con nuestra tradición anti-clerical y atea. Sin embargo, no lo es tanto, y en esta proposición paradójica se esconde algo que desde hace tiempo llevamos poniendo en práctica en nuestra centenaria confederación.

Expliquémonos, hemos dicho replicar formas organizativas, no dogmas de fe. Es en estos últimos sobre los que ha recaído la crítica anarquista. Crítica, por cierto, no de la religión, sino del teologismo: un anti-teologismo. Siendo de otro modo, no se entenderían las alusiones, algo más que metafóricas, a la “religión de la humanidad” en Bakunin o a la “religión de la justicia” en Proudhon. Religión y teologismo, por muy mal acostumbrados que estemos por el judeocristianismo occidental, no son sinónimos ni se presentan siempre en comunión. Es el teologismo, esa totalización de toda norma, sentido y objetivo sociales en una unidad ajena a la humanidad (Dios), del que ésta sólo sería una parte subordinada, lo que enerva la crítica anarquista.

Lo vemos claramente en Dios y Estado, ahí se apunta al común origen metafísico de ambas instituciones: el principio de unidad. Si se postula que una determinada idea o institución social reúne en su seno la generalidad, la unión de todos los intereses, todo lo que se le oponga es necesariamente malo, expresión de un deseo egoísta; más aún, es falso, una mentira parcial. Todas las críticas a la clase sacerdotal como forma de organización religiosa no son más que la transposición de las críticas a la burocracia policíaca como forma de organización política: intérpretes del Uno absoluto, cuidan de que los sujetos particulares no descuiden la obediencia a su ley. Por supuesto, este Uno (Dios, el Estado, la Nación según Rocker, el masculino universal según el feminismo) no es más que otra perspectiva particular más, con el poder suficiente para destruir a las otras perspectivas y corrupto hasta el punto de creerse sus propias mentiras.

Ahora bien, ¿no está cuajada la Iglesia católica de este culto a la unidad? Sí y no. Pues Dios es uno y trino. Esto no es una pirueta conceptual más de las que tanto abundan en el catecismo, tiene profundas implicaciones políticas. La doctrina trinitaria se implantó como antídoto contra el cesaropapismo, la unión en un sólo monarca imperial del poder terrenal y espiritual (“un Dios en el cielo, un Estado en la tierra”). La creencia en la Trinidad lleva a posiciones pluralistas, que en algunos casos casi alcanzan lo anarco-cristiano, como en la expresión de Gregorio Nacianceno: “lo uno está siempre en rebelión contra sí mismo”. No obstante, es cierto, la Iglesia ha quedado entronada en un unitarismo papal, una especie de monopolio del Espíritu Santo; por otro lado, no es menos verdadero que fue la creencia en Cristo lo que inspiró la guerra de los campesinos alemanes, contra el privilegio feudal sancionado por la divinidad y el clero.

En último término, la doctrina trinitaria llevaba en su base la contradicción fundamental que provocaría el fin del unitarismo católico, como diría Marx del capitalismo. Pues sin ella no se entiende toda la arremetida protestante contra lo que hasta entonces era ley sagrada: se reivindica la voluntaria comunión con el Espíritu, la consciente imitación de Cristo. Es lícito preguntarse si no fue la división (tripartita) de poderes lo que guió a Proudhon en su planteamiento de un estado servil y federal, privándole de su razón de Estado y poder ejecutivo.

¿A donde vamos a parar con estos enigmas cristianos? A que Sorel, cuando habla de tácticas católicas en un capítulo significativamente titulado “Unidad y multiplicidad”, tiene en el punto de mira todos los sub-grupos que en el seno de la Iglesia han podido gozar de cierta autonomía gracias a la doctrina trinitaria. Los místicos y órdenes monásticas que, apelando al modelo vital de Cristo o a la inspiración del Espíritu, saltándose la dictadura ideológica de Dios padre encarnado en el Vaticano, lograron constituir pautas particulares de actuación. Valga de ejemplo lo que, un poco ingenuamente, se considera proto-feminismo de Santa Teresa de Jesús, o lo que algunas feministas consideraron como únicos refugios de autonomía para la mujer medieval, los monasterios.

Lo que se reivindica es un misticismo político, en oposición al unitarismo teológico de la Iglesia; y tras este barniz religioso, una autogestión confederada de los sindicatos, en oposición al unitarismo jerárquico de los partidos socialdemócratas o comunistas. Sorel entiende que es necesaria una unión en los principios, pero una autonomía en las prácticas; que una inspiración común una a los revolucionarios, sin suprimir la posibilidad de concretarla en tácticas diversas. Una Lucha, muchas luchas; una Confederación, muchos sindicatos; unión, pero también autogestión.

Recordemos que el principio federativo proudhoniano, en oposición al principio de unidad, se basa en lograr una armonía que equilibre las contradicciones sociales sin suprimirlas. ¿Cómo se suprime la posibilidad de contradicción en la lógica aristotélica? Impidiendo la existencia de un “tercer elemento”, impidiendo la trinidad.

Jorge Perez de Heredia

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