CUANDO EL MATIZ ES RELEVANTE

Extraído del Pandora nº 130.

NO al salario mínimo vital

SÍ al trabajo mínimo vital

Siempre me he mostrado contrario a la extensión del subsidiarismo y el subvencionismo. Siempre he entendido que subsidios y subvenciones deben estar limitados a quienes afectados por enfermedades duras y vejez no pueden trabajar. No he entendido nunca que gente joven, física y psíquicamente capacitados, deban ser acreedores a un dinero sin contrapartida.

Los derechos y los deberes deben ir conjugados “ningún deber sin derecho, ningún derecho sin deber” proclamaban los viejos internacionalistas. Lo primero supone esclavitud, explotación y miseria, lo segundo privilegio. Y rechazo tanto la esclavitud, la miseria y la explotación como el privilegio. Los antiguos confederales hilaban fino cuando se trataba de casos especiales: crearon un sindicato que agrupaba a compañeros con deficiencias físicas notables (ciegos, mancos…), y conscientes de la realidad precisaban: con los mismos derechos, pero no con los mismos deberes.

Sigo creyendo en la gran máxima de la Primera Internacional.

Recientemente los compañeros Gómez e Íñiguez han publicado la historia del anarquismo y la CNT en Álava entre 1870 y 1975, libro que puede adquirirse en la sede del sindicato y que todo compañero mínimamente interesado debería leer. En las páginas dedicadas a la CNT vitoriana durante los años republicanos, nos muestran algunos principios por los que se rigieron en tiempos no menos convulsos que los presentes aquellos luchadores. Cuando se reunían en asamblea los parados afectos a la CNT no pedían que se expulsara a los forasteros, no pedían subsidios, pedían trabajo. Clamaban: tenemos brazos para trabajar, no para mendigar o vivir de la beneficencia. Cuando los que trabajaban afiliados a la CNT en una empresa afectada por una crisis real, proponían el reparto del trabajo (que a falta de soluciones más drásticas de imposible realización en el momento como la jornada de seis horas generalizada sin rebaja de sueldo) normalmente consistía en que cada trabajador trabajara no seis días a la semana sino cuatro o cinco. Cierto que no todos comulgaban con la medida (mayormente los afiliados a otros sindicatos, por suponer una reducción de salarios), pero qué duda cabe que la repartición del trabajo evitaba despidos y reforzaba la solidaridad entre los trabajadores más dignos y consecuentes.

Quizás no seamos plenamente conscientes, pero el entusiasmo con que han recibido el invento los sindicatos oficiales y la supuesta izquierda política, nos debería alertar. Una norma como la renta básica de subsistencia conlleva una sumisión absoluta al poder. Y si como parece pretenden que sea eterna, acarrea la creación de un estrato social permanente constituido por los que, tiempos pretéritos, los anarquistas llamaban “hambrientos”. Capa poblacional que sin ninguna duda va a estar sometida a políticos y sindicalistas de pacotilla de un modo tan absoluto como vergonzoso. La degradación del mundo proletario, desprovisto de su capacidad de protesta y de dignidad. La exaltación  de la tarea de sindicalistas y políticos, todos profesionales del engaño, que se eternizarán en sus privilegios y convertirán a los trabajadores potenciales en niños de helado y patinete.

No basta decir que los beneficiarios deben comprometerse a “buscar trabajo”. Tienen que cumplir un trabajo, tienen que estar implicados hasta las cejas en el mundo del trabajo. El trabajo es un deber y un derecho.

Podemos ser comprensivos, podemos entender que ante una situación desesperada y ocasional se pueda repartir un dinero, como en julio de 1936 se repartían raciones y se levantaron comedores populares, pero no valorarlo como la solución definitiva. La solución debe ser el trabajo. Que los beneficiados sepan que lo que reciben no es una limosna, no es caridad, no es beneficencia, no es ayuda social para los que nadan en la desgracia. Sino un pago de su trabajo.

Lo que es inadmisible es que se estén trayendo esquiladores de Uruguay para despojar a las ovejas de su lana, rumanos y africanos para recolectar fresas y cebollas en los campos mientras se nos dice que en los próximos meses serán millones los que engordarán las listas del paro. Esas malsanas voces ponen el subsidio por encima del trabajo. Craso error. Crasa indignidad.  Es inadmisible que no interese trabajar porque se recibe un subsidio más alto por no trabajar que por hacerlo, o porque la diferencia entre una u otra opción no compense ¿trabajar ocho horas para cobrar un suplemento de doscientos euros? ¿me llamas tonto?

Y digan lo que digan trabajo hay de sobra: hay mucho que hacer en el mundo rural, en los barrios, en el rescate de espacios naturales, etc. Sin duda, una enorme oportunidad se abre para la dignidad obrera, para acometer proyectos autogestionarios. Que sepamos encauzar el caudal del río que se avecina es una tarea tan ingente como atractiva. Tiempos de lucha, sin duda. Está por ver si se cuenta con luchadores.

Mardir

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