BALAS CONTRA EL TERRORISMO BLANCO: EL ÚLTIMO VIAJE DE BRAVO PORTILLO – El Salto

La época del pistolerismo barcelonés tuvo un punto de inflexión con el asesinato de uno de los más sanguinarios “revienta-huelgas”, el policía y espía Manuel Bravo Portillo.

Cadáver de Manuel Bravo Portillo, tras ser abatido por un grupo de acción anarquista.

La huelga de la Canadiense, iniciada en febrero de 1919 en una compañía eléctrica de Barcelona y extendida hasta paralizar toda la provincia durante mes y medio, había acabado como un rotundo éxito para el sindicalismo encarnado mayoritariamente en la Confederación Nacional del Trabajo. Liberación de todos los presos, pago de los salarios durante el mes del paro y diversas mejoras, entre las que brillaba con luz propia la consecución de la jornada de ocho horas por primera vez en España.

Sin embargo, el acuerdo no trajo la paz social. Joaquín Milans del Bosch, capitán general de Catalunya, se negó a poner en libertad a los últimos huelguistas presos. La dirección cenetista encabezada por Salvador Seguí tuvo que cumplir su compromiso del mitin de Las Arenas, en el que se decidió aceptar el acuerdo: “¡Si no salen los compañeros, vuelve la huelga!”. Y la huelga volvió, desatando un violento ataque del poder. El 31 de marzo, por ejemplo, Miguel Burgos, secretario del sindicato de curtidores, caía abatido por la Ley de Fugas: una norma que facultaba a los guardias a disparar a muerte si aducían que el cautivo había intentado escapar.

BRAVO PORTILLO VUELVE A ESCENA

Esta situación de barra libre donde la legalidad brillaba por su ausencia era campo abonado para gente como Manuel Bravo Portillo. Nacido en Filipinas en 1876, desde 1908 era policía en Barcelona, donde tejió una red de contactos que puso en funcionamiento al convertirse en espía a sueldo (que cuadriplicaba el oficial como policía) de Alemania durante la I Guerra Mundial, conflicto en el que España era neutral.
Además de la guerra habitual contra sindicalistas y revolucionarios, en la policía barcelonesa existía una guerra soterrada entre diferentes sectores de policías corruptos. Bravo Portillo salió vencedor del conflicto y en 1918 vivía su momento de máximo poder. No sólo contaba con el respaldo alemán sino también con fuertes apoyos militares y patronales, así como con una importante red en el hampa barcelonesa. Todo cambió por obra y gracia de Solidaridad Obrera, el periódico de la CNT editado en Catalunya, que publicó el 9 de junio unas cartas de Bravo Portillo que demostraban su colaboración con el espionaje naval alemán, incluida una información sobre un barco mercante español hundido por un submarino alemán. Pese a la censura, el juez lo encarceló.

Pero era difícil que alguien con tantas conexiones durara mucho en la cárcel, y a principios de diciembre, a pesar del escándalo que supuso, estaba libre. El episodio de lucha de clases que se viviría en la primavera siguiente fue su oportunidad de oro para volver a escena. Oficialmente fuera de la policía, se puso al servicio de la Federación Patronal y de Milans del Bosch, el núcleo duro antisindical. Un sector empresarial, harto de huelgas, intentaba desarrollar un proceso de negociación por sectores con los sindicatos, pero ellos sólo buscaban el exterminio de la organización obrera. A eso se debía dedicar Bravo Portillo. Con unos escuadrones formados por delincuentes que serían conocidos como “La Banda Negra”, hizo una lista con siete sindicalistas de renombre. Sus vidas valían 25.000 pesetas, una fortuna para la época.

Primero le tocó a Pedro Massoni, dirigente de la construcción. El 23 de abril, dos hombres dirigidos por Antoni Soler, ‘El Mallorquín’, se presentaron en su casa como policías que tenían que llevarle a comisaría. En realidad le llevaron ante otro pistolero. Massoni salvó la vida por los pelos.

Pau Sabater, ‘El Tero’, presidente de la comisión negociadora del ramo del agua, tuvo menos suerte. En la noche del 17 de julio el comando de Bravo repitió táctica, pero esta vez subiendo al sindicalista a un coche con las manos atadas. Le fusilaron en un descampado a las afueras de la ciudad.

El tercero fue José Castillo, antiguo miembro del Comité Nacional de la CNT, tiroteado mientras se afeitaba en una barbería de Sants, su barrio.

Ante las noticias de estos hechos, que calentaban más aún Barcelona, el nuevo Gobierno español trató de sacar de allí a Bravo Portillo, pero la burguesía se negó. En estas circunstancias, no era de extrañar que uno de los grupos de acción, armados, que rodeaban los sindicatos, decidiera tomar cartas en el asunto. Según las diversas fuentes se trataba del grupo del que formaba parte Progreso Ródenas, que en la Guerra Civil pelearía en la Columna Durruti.

BRAVO RECOGE TEMPESTADES

En ese agitado septiembre de 1919, Manuel Bravo Portillo se cree tan poderoso como para no procurarse una escolta. Mal asunto en esta ciudad y en este momento, sobre todo con un ‘oficio’ como el suyo.
“No tienen cojones para meterse conmigo”, quizá piensa mientras se peina el puntiagudo bigote y su escaso pelo estilo Anasagasti, ante el espejo de su suntuosa vivienda obtenida gracias a sus actividades ilegales. Ya en el tranvía que le lleva hasta la casa de una de sus amantes, le da la impresión de que esos dos tipos con sombrero pueden estar siguiéndole. “¿Me estaré acobardando?”, se pregunta Bravo, pero para infundirse seguridad palpa el arma que lleva encima. Baja del tranvía y comprueba que los otros dos también, pero la tensión va desapareciendo al acercarse al edificio donde piensa dar rienda suelta al placer. No recuerda que en los grupos de acción uno suele ser el homicida mientras que otros dos cortan la posible retirada y subestima a los hombres de acción que saben la dirección de su chica, por lo que tarda en ver al hombre con gorra que le dispara poco antes de llegar a su destino. Herido, desde detrás de un coche saca su revólver, pero los obreros disparan antes por debajo del vehículo. No llegará al hospital.

CON BRAVO NO MUERE LA VIOLENCIA PATRONAL

Es el fin de uno de los grandes criminales de Barcelona en la época del pistolerismo barcelonés. Sin embargo, su muerte no supone el fin del “terrorismo blanco”, de raíz empresarial y estatal. No es del todo sorprendente que varias crónicas sobre el asesinato de Bravo Portillo que se pueden leer hoy comenten el éxito de ventas que tuvieron en las horas siguientes las cajas de puros y las botellas de champán. La CNT logró un acuerdo con la patronal, pero varios empresarios lo sabotearon despidiendo huelguistas. El pacto se rompió y el conflicto permaneció con duras medidas de los patrones en los centros de trabajo, como el cierre patronal que a finales de año dejó a 50.000 trabajadores en la calle, y la CNT obligada a la clandestinidad o semiclandestinidad de forma casi continua. Los asesinatos dejarían más de 200 cadáveres de organizadores sindicales.

Eduardo Pérez

Publicado en EL SALTO