La Revista Blanca, de tirada quincenal y de corte anarquista individualista fundamentalmente, nació en 1898. En sus dos etapas en sus páginas se pudieron leer textos de escritoras anarquistas y de obreras.
La revolución cultural puesta en marcha a finales del siglo XIX y principios del XX por el movimiento libertario español es un claro ejemplo de la fuerza que tiene la clase obrera para revertir el orden establecido en pos de una sociedad más justa e igualitaria. Tal y como señala Alejandro Civantos, en un capítulo del libro Cultura(s) obrera(s) en España, «en un periodo de apenas cincuenta años […] el anarquismo español promovió la más importante transformación cultural de toda la historia contemporánea». Sin embargo la historiografía dominante se ha encargado de que este relato quede como mera nota marginal. Pero ¿en qué consistió esta revolución?
Para contestar a esta cuestión hay que dar una pincelada breve de Historia. Tras fundarse la delegación española de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) en 1870, que culminará con la creación de la Federación Regional Española de la AIT, se establecieron nuevos canales culturales en el Estado español donde se denunciaban las estructuras sociales y políticas desde los postulados anarquistas. Para el anarquismo de la época, la cultura y la educación eran pilares fundamentales que debían estar al alcance de las clases populares, así es como estas podrían alcanzar su propia emancipación: gracias al propio conocimiento de su condición de explotadas. Con una población cuyo índice de analfabetismo era alarmante, desde el anarquismo se supo ver en la cultura y la literatura una llamada a la acción directa. El objetivo era claro, sacar de la ignorancia a las mujeres y hombres que ponían su fuerza de trabajo al servicio de los poderosos a través de un proyecto de liberación integral. Ateneos, bibliotecas, obras y representaciones teatrales, pero, sobre todo, numerosos periódicos anarquistas, florecieron por doquier.
Para el anarquismo de finales del siglo XIX, la cultura y la educación eran pilares fundamentales que debían estar al alcance de las clases populares.
Diseminada por ciudades y pueblos, la prensa libertaria llegó a todos los rincones del Estado español. Desde grandes ciudades hasta pequeños pueblos de escasos habitantes. Más de cien cabeceras desde las que se podían leer los problemas reales de los trabajadores y donde, frente a la prensa burguesa o socialista, se apostó porque los trabajadores y trabajadoras, desde las fábricas o los tajos, escribieran sin censura sus propias problemáticas. Por ejemplo, Teresa Claramunt, pionera anarcofeminista, escribiría en cabeceras como La Tramontana, Los Desheredados o El Productor sobre las pésimas condiciones de las mujeres obreras y la necesidad de la cultura y la organización de estas en sindicatos.
La oferta se fue extendiendo y aparecieron otro tipo de publicaciones, como las revistas sociológicas, en las que el proletariado empezó a conocer autores como Darwin, Galileo o Copérnico. La ciencia, de hecho, era un tema muy importante para el anarquismo, ya que en ella había una forma de explicar el universo frente a las explicaciones religiosas. Cabeceras como Acracia o La Revista Blanca fueron verdaderas enciclopedias para obreras y obreros.
La Revista Blanca: arte, ciencias, literatura y sociología
En esta ocasión, y debido a los debates en torno a la cuestión femenina que se publicaron en sus páginas, me gustaría centrarme en La Revista Blanca, ese seminario que ya advertía en su portada «Lector, lo que aquí veas contrario a tus opiniones, aquí mismo puedes refutarlo», y matizaba «Sea cual fuere, lector, tu condición y sexo, no dejes de leer esta revista».
Nacida como puente de solidaridad para ayudar a las víctimas de los procesos de Montjuic, acabará publicando 556 números (168 en su primera época y 388 en la segunda). De tirada quincenal y de corte anarquista individualista fundamentalmente, será en julio de 1898 cuando se ponga en marcha su primera etapa, estando detrás dos anarquistas de primer orden de la época, Teresa Mañé y Juan Montseny, quizá más conocidos por sus pseudónimos: Soledad Gustavo y Federico Urales. Tras un parón de 18 años, la revista vuelve en 1923 con la incorporación de una joven Federica Montseny, hija de la pareja, la cual desde muy pequeña absorbió los ideales del anarquismo de la mano de sus progenitores.
Antonio Prado ha estudiado en profundidad las aportaciones en la revista que tuvieron tres mujeres intelectuales de referencia. Nos referimos a Soledad Gustavo, Federica Montseny y Antonia Maymón, que serán prolíficas escritoras en las páginas del seminario, sin bien escribían en otros medios libertarios. Sus contribuciones son importantes para conocer la historia del feminismo obrero en el Estado español. Contribuciones gracias a las cuales se ha ido ganando terreno y se ha ido avanzando en mejoras sociales. Mujeres que crearon debates que aún hoy siguen, al menos buena parte de ellos, vigentes en nuestras propias asambleas.
Soledad Gustavo era maestra racionalista. Con 21 años abre la primera escuela laica en Vilanova para después trasladarse a Reus. En su pensamiento encontramos una crítica sin fisuras al capitalismo y al patriarcado, que concebía como dos caras de una misma moneda, entendiendo que no se podía ignorar ninguno de estos dos sistemas de opresión; de hecho, atacó tanto a burguesas como a socialistas por no abordarlos políticamente en su conjunto. Para ella la cuestión de las mujeres trascendía las clases sociales y abogaba por la independencia económica de las mujeres a través de la liberación del trabajo doméstico; sin embargo entendía que la mujer obrera se llevaba la peor parte ya que era esclava por ser mujer y por ser trabajadora. Criticó duramente el código civil y el matrimonio. La cuestión del amor libre se encuentra a lo largo de muchos de los textos que escribió, de hecho ganó el Segundo Certamen Socialista por su trabajo El amor libre. Entendía que para la liberación sexual era necesaria una trasformación de las estructuras de clase. Hay una frase de Gustavo que dice «ya lo sabe el hombre: o nos eleva y marchamos juntos por el camino de la libertad o nos precipitamos ambos al abismo», que bien me recuerda a la contemporánea bell hooks en Entendiendo el patriarcado.
La figura de Federica Montseny ha sido una de las más estudiadas y es de las más conocidas del anarquismo español. Como ya señalábamos más arriba, se crio en una familia anarquista. Fue una escritora cuya producción literaria es abundante. Durante parte de la guerra civil estuvo al frente del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, en el que puso en marcha, entre otras medidas, el primer proyecto de decreto donde se autorizaba el aborto en España; esto, hay que señalar, fue también gracias a la labor incuestionable de la médica anarquista Amparo Poch y Gascón, su consejera en Asistencia Social. Montseny lanzará en La Revista Blanca propuestas novedosas «de relaciones intersubjetivas donde la trasformación del código doméstico de la mujer en una nueva sexualidad femenina era clave para la trasformación social».
Escribirá en La falta de idealidad del feminismo: «Feminismo, palabra solo aplicable a las mujeres ricas, porque las pobres nunca han sido feministas ¡ni las dejarían serlo!», ya que sostenía que el feminismo de la época, mientras buscaba la igualdad de la mujer, no cuestionaba las instituciones existentes. De hecho, hoy siguen los debates entre los distintos feminismos. Lanzaba Pastora Filigrana la idea: ¿Se puede ser feminista sin cuestionar el orden social y económico existente que oprime a unas mujeres frente a otras, a unos cuerpos frente a otros?
Por su parte Maymón también era maestra racionalista y fue presidenta de la Agrupación Femenina La Ilustración de la Mujer —que contaba con un centenar de afiliadas y estaba adherida a la CNT—. Es una de las principales representantes del anarco-naturismo. En este sentido ella abogaba por la regeneración de la humanidad de cara a producir un nuevo orden basado en los preceptos de lo sano, lo natural y la bondad. Una vida en la que la naturaleza esté en el centro, donde habitar el aire libre y romper con el aire tóxico de las ciudades y la fábricas; romper con las enfermedades relacionadas con la pobreza de la clase obrera y las enfermedades mentales que produce el capitalismo. A Maymón la podemos enmarcar en un anarcoecofeminismo muy necesario hoy, a través del cual peleamos por no acabar con los recursos limitados del planeta.
Es cierto que el pensamiento de estas tres mujeres es mucho más amplio y podríamos extendernos largo y tendido. Cuando nos acercamos a sus textos encontramos fuertes planteamientos materialistas mezclados con profundas reflexiones idealistas que, a veces, pueden sugerir ciertas contradicciones entre sus propios planteamientos; sin embargo, cuando una se acerca a ellas encuentra que, aún hoy, seguimos pensando(nos) en términos muy similares y con debates nada alejados a los suyos.
La novela revolucionaria de quiosco
Antes no hemos mencionado otra de las grandes aportaciones que contribuyeron a esa revolución cultural que el anarquismo puso en marcha. Es importante reseñar que la apropiación que se hizo desde el anarquismo del género folletinesco o novela por entregas acercó la literatura mucho más al proletariado, creándose un nuevo género: la novela revolucionaria de quiosco.
Desde La Revista Blanca se publicaron en las colecciones La Novela Ideal y La Novela Libre, obras de trabajadoras y trabajadores que en sus ratos libres escribían pequeños cuentos proletarios. No hay un gran refinamiento literario en las obras, sin embargo, tal y como señala Lily Litvak, era una literatura auténticamente popular. «Queremos novelas optimistas, que llenen de esperanza el alma», pedían desde el seminario para las futuras colaboraciones. Leídas masivamente, se acercaban a un público cada vez más heterogéneo.
Prado rescata a seis autoras de las 17 que se han localizado en la colección del Instituto Internacional de Historia Social de Ámsterdam. Margarita Amador, María Solá, Ángela Graupera, Regina Opisso y, por supuesto, Federica Montseny y Antonia Maymón. El eje central de estas novelas escritas por mujeres obreras es el de la liberación de la mujer a través del amor, un amor libre sin la intervención de estructuras patriarcales: Estado, Iglesia y familia tradicional. El género de la novela rosa anarquista fue el género del sujeto femenino por excelencia, pues en dichas novelas se demandaba amor, deseo y gozo para la mujer. Además en todas ellas se da un giro a los sujetos protagonistas, los representantes del status quo serán los malos y los revolucionarios los buenos que quieren cambiar las condiciones materiales pésimas provocadas por un sistema corrupto.
A través de sus narraciones denunciaban el orden social, tanto el Estado y sus políticas perversas como la moral de la Iglesia que oprimía al pueblo. A la contra, ellas ofrecían alternativas que aspiraran a un sistema nuevo, más armónico. Creían en la nueva mujer, más liberada tanto de la familia como de la carga materna, y también en la nueva familia basada en un amor verdadero y en la que se indagaban formas alternativas frente a la tradicional: familia adoptiva y familias monomarentales.
Lo cierto es que hay pocos trabajos que pongan en valor la producción literaria de estas mujeres y sería necesario producir estudios más profundos de estas obras y de sus implicaciones. Nuevamente la invisibilización de procesos históricos que aspiraban a grandes cambios por parte de la clase obrera se hace patente al acercarnos a estas mujeres; escritoras que merecen ser rescatadas del olvido y ser posicionadas en el lugar que se ganaron. Mujeres que a pesar de las dificultades que padecieron dieron un paso hacia adelante para contribuir a la construcción de un sistema social más justo y libre, un sistema que merezca la pena ser vivido, como aún pedimos.
Araceli Pulpillo
Publicado en PIKARA MAGAZINE