100 AÑOS DE LA MUERTE DE KROPOTKIN Y POCO HA CAMBIADO

Querido Piotr,

Te escribo desde Vitoria-Gasteiz, ¿recuerdas? Allá por enero de 1913 nos organizamos en estas tierras para enviarte un obsequio y darte muestras de gratitud por tus letras, tus ideas, tus reflexiones que siguen alimentándonos, y tu optimismo esperanzador.

Piotr Kropotkin

Hoy, cuando hace más de un siglo que nos proporcionaste este lúcido análisis de la realidad, te escribo para contarte que no ha perdido ni un ápice de vigencia y que me resulta demasiado familiar: “(…) que el minero arrancando montes de hulla no tiene ni un pequeño pedazo para calentarse en lo más rudo del invierno; que el tejedor que teje kilómetros de tela, no puede comprar una camisa a sus niños desnudos; que el albañil que construye suntuosos palacios no tiene ni una mísera choza para albergarse y que las obreras que visten con seda las muñecas para juguetes, no pueden ponerse un pobre refajo de algodón. ¿Es a esto a lo que llaman organización de la industria? Obrarían con más propiedad si dijeran que es una alianza para dominar por el hambre a los trabajadores. (…) En resumen; el caos económico ha llegado al colmo. Este caos no puede durar mucho tiempo. El pueblo no puede sufrir más crisis provocadas por la rapacidad de las clases reinantes (…)”

Acontece tal y como lo expresaste: “Hoy el Estado ha llegado a inmiscuirse en todas las manifestaciones de nuestra vida; desde la cuna a la tumba nos tritura con su peso. Unas veces el Estado central, otras el de la provincia, otras el municipio; un poder nos persigue a cada paso, se nos aparece al volver de cada esquina y nos vigila, nos impone, nos esclaviza. Legisla sobre todos nuestros actos, y amontona tal cúmulo de leyes que confunden al más listo de los abogados. Crea cada día nuevos engranajes que adapta zurdamente a la vieja guimbarda recompuesta, llegando a construir una máquina tan complicada, bastarda y obstructiva, que subleva a los mismos encargados de hacerla funcionar. El Estado crea además un ejército de empleados, arañas con largas uñas que no conocen del universo más que lo visto a través de los sucios cristales de la oficina o lo contenido en los textos absurdos que llenan el papelote de los archivos; multitud estúpida que no tiene otra religión que el dinero, ni más preocupación que la de pegarse a un partido cualquiera, negro, azul o blanco, que le garantice un máximum de sueldo por un mínimum de trabajo. (…) El Estado protege la explotación, la especulación y la propiedad privada, producto del robo.”

Te diré que por aquí eres conocido como geógrafo, zoólogo, naturalista, filósofo, economista, teórico de la revolución, propagandista libertario, prolífico escritor y conferenciante admirado en los círculos intelectuales de tu época, por entregarte comprometido a la divulgación de los ideales que defendías. Yo también te veo como sabio humanista, etólogo, sociólogo y etnógrafo sensible; adelantado analista con perspectiva de género, a juzgar por las reflexiones exhaustivas con que consideras las circunstancias diferenciales que afectan a hombres y mujeres en tus análisis de la industria y la agricultura. En palabras de Dolors Marin, eres “(…) el explorador pacífico, el cartógrafo de la libertad de pensamiento, el fraterno observador de conductas humanas o animales que le hacen respetar el planeta.” Me pregunto si estarás de acuerdo con tanto apelativo homenajeante, tú que renunciaste al reconocimiento de instituciones de renombre.

Fuiste, además, gran viajero, por afán explorador o escapando del peligro hacia el exilio: “(…) mis largos viajes, durante los cuales recorrí más de 85.000 kilómetros en carros, en vapores, en botes, y principalmente a caballo, fueron de un efecto maravilloso en el mejoramiento de mi salud. Enseñándome al mismo tiempo a lo poco que se limitan realmente las necesidades del hombre, desde el momento en que sale del círculo encantado de una civilización convencional. Con algunas libras de pan y unas onzas de té en una bolsa de cuero, una tetera y una hacha colgada de la silla, bajo ésta una manta para extenderla ante el fuego sobre una cama de ramitas de pinabete, recientemente cortadas, se disfrutara de una admirable independencia, aun en medio de las montañas desconocidas, densamente cubiertas de bosque o coronadas por la nieve”. Te produciría risa ver cómo los hombres y las mujeres, de estos tiempos que corren, viajan por el aire pertrechados con pesados equipajes, arrastrando las esclavitudes materiales de sus respectivas civilizaciones convencionales de origen, allá a dónde quiera que viajen.

Cien años hace ya que dejaste de escribir, y cien años leyéndote una y otra vez para intentar encontrar senderos posibles en este mundo inundado de explotación y opresión, mires en la dirección que mires… ¡Ay, Piotr, si supieras la que nos ha liado el neoliberalismo, que es el término ideado para designar un capitalismo que se reconvierte y perfecciona cada vez más! Te pongo al día en un par de párrafos.

Portada del libro “El Apoyo mutuo” – F. Sempere y Comp.ª Editores (alrededor de 1905)

Tus teorías acerca del apoyo mutuo como factor de evolución están en la encrucijada de casi todas nuestras discusiones aunque no lo nombremos así. Andamos inmersas en un potente debate acerca de los cuidados que precisamos las personas y una gran parte de la población niega que tanto la cooperación como la ayuda mutua son factores claves de supervivencia, como tú bien nos explicaste. Nosotras, las mujeres, lo vivimos en el día a día de manera especial, dentro y fuera de la casa. Incluso hemos dado un pequeño paso más: reivindicamos que nos sea reconocida no solo nuestra contribución a la supervivencia de la especie, sino a la economía global misma en términos cuantitativos y monetarios. Y volvemos a tus letras una y otra vez para tomar el aliento que nos falta cuando nos sentimos desoídas e incomprendidas: “Lo primero que nos sorprende cuando comenzamos a estudiar la lucha por la existencia, tanto en el sentido directo como en el figurado de la expresión, en las regiones aun escasamente habitadas por el hombre, es la abundancia de casos de ayuda mutua practicada por los animales, no sólo con el fin de educar a su descendencia, como está reconocido por la mayoría de los evolucionistas, sino también para la seguridad del individuo y para proveerse de alimento necesario. (…) El apoyo mutuo es el hecho dominante de la naturaleza, ofrece a las especies que lo practican ventajas tales que la relación de las fuerzas se halla totalmente cambiada en perjuicio de los animales de presa. El apoyo mutuo constituye la mejor arma en la gran lucha por la existencia, que los animales sostienen constantemente contra el clima, las inundaciones, los temporales, las tempestades, el hielo, etc., lucha que exige de continuo nuevas adaptaciones a las condiciones siempre nuevas de la vida (…) Siendo necesarias a la conservación, a la prosperidad y al desarrollo de cada especie, la práctica del apoyo mutuo se ha convertido en lo que Darwin hubo de definir como “un instinto permanente”, constantemente ejercitado por todos los animales sociales, incluso, naturalmente, por el hombre… Pero eso no es todo: este instinto, una vez surgido, será el origen de los sentimientos de benevolencia y la inserción parcial del individuo en el grupo; se convertirá en el punto de partida de todos los sentimientos superiores. Y sobre esta base se desarrollarán los sentimientos más elevados de justicia, de equidad, de igualdad y, en fin, lo que hemos convenido en llamar abnegación”. Lamentablemente, de abnegación y perseverancia saben pocos hombres y pocas mujeres. Se ha instalado una cierta tendencia a crecer individualmente depredando a los y las iguales, a fuerza de ciertas cegueras. Los animales se extrañarían de nuestros comportamientos al observarnos.

“Sirvienta o esposa, es sobre la mujer, ahora y siempre, con la que cuenta el hombre para librarse del trabajo del hogar. Pero por fin la mujer también reclama su parte en la emancipación de la humanidad. Ya no quiere seguir siendo la bestia de carga de la casa. Ya es suficiente con todos los años de su vida que tiene que dedicar a la crianza de sus hijos. ¡Ya no quiere ser más la cocinera, la remendona, la barrendera de la casa!” nos contabas. Y tenemos que confesarte que todavía muchas de nosotras seguimos bajo la tiranía y “la esclavitud del delantal”. La única vía de salida para liberarnos de ella ha sido encadenar a otra compañera que nos sustituya; y, le ponemos el delantal. En algún extraño caso en que el delantal se lo pone un hombre, obtiene reconocimiento y retribución por ello. Así están las cosas.

Leemos en tus escritos publicados por Eliseo Reclus durante tu permanencia en la cárcel: “(…) En cuanto a las niñas, la burguesía las corrompe desde la más tierna edad. Lecturas absurdas, muñecas coquetamente vestidas, costumbres y ejemplos edificantes de madres «honradas», nada le faltará a la niña (…)” Así mismo seguimos, Piotr. Ya antes de nacer se despliegan ingentes toneladas de mandatos de género definiendo caminos que las mujeres habremos de recorrer como buenas hijas, buenas esposas, y buenas madres. Medicalizan nuestros cuerpos de tal manera que te sorprenderían las tecnologías que asisten la maternidad y el retraso de su edad. Tú, tan defensor de la ciencia, te escandalizarías ante cómo se utiliza en beneficio de unos pocos, cosificando los cuerpos de las mujeres, patologizando malestares derivados de una organización de la vida ajena al bienestar de la mayoría de las personas. Sin embargo, las enfermedades que nos afectan a consecuencia de los trabajos que desempeñamos dentro y fuera de la casa no son tenidas en cuenta como enfermedades profesionales, y a menudo son infra diagnosticadas. “(…) que la ciencia deje de ser un lujo; todo lo contrario, que sea la base de la vida de todos. Así lo exige la justicia.” ¿Sabes? Unos pocos, han llegado a caminar por la luna; y, sin embargo, muchas personas que precisan de una silla de ruedas tienen vetados infinidad de espacios, pudiendo a duras penas conquistar su pan.

Portada del libro “La conquista del pan” – Biblioteca de Estudios (años 30). Portada por Josep Renau

Nos dijiste “(…) no te separes de los sencillos principios de la equidad igualitaria. En las relaciones igualitarias encontrarás lo que necesitas, la mayor suma de felicidad posible dadas tus escasas fuerzas; pero si sientes en ti el vigor de la juventud, si quieres vivir, si quieres gozar la vida entera, plena, desbordante –es decir, conocer el mayor goce que un ser viviente puede desear–, sé fuerte, sé grande, sé enérgico en todo lo que hagas. Siembra la vida en tu alrededor, advierte que engañar, mentir, ser astuto, es envilecerse, empequeñecerte, reconocerte débil (…)”. Te contaré que ya vivimos en sociedades formalmente igualitarias. Sin embargo, la realidad de las calles demuestra lo contrario. Se han pervertido de tal modo los conceptos de placer y dolor, gracias a la creación de necesidades superfluas como motor e impulso de la industria, que a menudo hay quien se construye sus propias cadenas –“eternos y obligados consumidores” – para vivir bajo las mismas con sonrisa feliz. Se inventaron algunos conceptos que nos distraen: una cosa llamada “coaching”; la resiliencia; el trabajo en equipo; el equipo de trabajo; y, qué sé yo qué más. Los equiparan a filosofías innovadoras, y apoyándose en ellos, desmantelan toda lucha colectiva, convenciendo a hombres y mujeres de que su éxito solo depende de sí mismos. Han impregnado profunda y nocivamente cualquier tipo de intercambio, sea material o inmaterial, cualquier área productiva e incluso la misma labor educativa. Desoyen tus principios éticos, o los convierten en privilegios, o en peligros, por prudencia aparente: “El principio igualitario resume las enseñanzas de los moralistas. Pero contiene también algo más, y ese algo es el respeto individual. Proclamando nuestra moral igualitaria y anarquista, negamos apropiarnos el derecho que los moralistas pretendiendo siempre ejercen: el de mutilar al individuo en nombre de cierto ideal que ellos creen bueno. A nadie reconocemos ese derecho, que no queremos para nosotros”.

¿Cómo hacer para explicarles tu propuesta relativa a la igualdad y a la justicia social? ¿Cómo hacer para persuadirles respecto a tu proyecto libertario? “Veíamos que una nueva forma de la sociedad empezaba a germinar en las naciones civilizadas, la cual debía reemplazar a la antigua; una sociedad de iguales, donde nadie se verá obligado a vender sus brazos y su inteligencia a aquellos que quieren emplearlos cuando y como mejor les convenga, sino que todos podrán aplicar sus conocimientos y aptitudes a la producción, en un organismo de tal modo constituido, que al mismo tiempo que combine los comunes esfuerzos, a fin de procurar la mayor suma posible de bienestar para todos, deje a cada uno la mayor libertad imaginable, con objeto de que puede manifestarse sin obstáculos toda iniciativa individual. Esa sociedad se compondrá de una multitud de asociaciones federadas para todo aquello que reclaman esta forma de agrupación: federaciones de oficios para la producción general, agrícola, industrial, intelectual, artística; municipios encargados de organizar el consumo, proporcionando alojamiento, alumbrado, alimentos, servicios sanitarios etc.; federaciones de los municipios entre sí, y de éstos con las organizaciones del oficio, y, finalmente, grupos más extensos, abarcando una o varias regiones, compuestos de individuos encargados de colaborar en la satisfacción de aquellas necesidades económicas, intelectuales, artísticas y morales que no se hallan limitadas a un país determinado. Todo esto se combinará directamente por medio del concierto libre, (…) Habrá libertad completa para el desenvolvimiento de nuevas formas de producción, inventos y organización, y la iniciativa individual será estimulada, haciéndose lo contrario con la tendencia hacia la uniformidad y centralización. Además esta sociedad no estará cristalizada en ciertas e invariables formas, sino que modificará continuamente su aspecto, porque será un organismo vivo y sujeto a la evolución, no sintiéndose la necesidad de tener gobierno, porque el libre acuerdo y la federación lo reemplazarán en todas aquellas funciones que el Estado considera suyas al presente, y porque también, habiéndose reducido las causas del conflicto, los que aún se vean surgir pueden someterse fácilmente al arbitraje”.

Pues, en esas estamos: vendiendo brazos, vendiendo riñones, vendiendo óvulos y esperma. En esta mercantilización de los cuerpos se dan incluso casos de venta de órganos, de alquiler de vientres, y de alquiler de cuerpos con fines sexuales. Y si alguien denuncia los hechos amparándose en principios éticos, le señalan con el dedo protegiéndose con los espejismos de la supuesta libertad de elección y el consenso entre las partes. Qué necesario tu optimismo revolucionario, y tu claridad expositiva para afrontar todo esta barbarie, todo este salvajismo ante el que una gran mayoría se muestra escéptica.

Nos dijiste: “¿Queremos tener la libertad de hablar y escribir lo que sintamos; el derecho de reunirnos y organizarnos? Pues no debemos esperar que el permiso nos venga del Parlamento o que una ley mendigada al Senado nos autorice. Constituyamos una fuerza organizada, capaz de enseñar los dientes, como se dice vulgarmente, a cualquiera que intente restringir el derecho de palabra y de reunión, seamos fuertes, y podremos estar seguros de que nadie nos discutirá el derecho de hablar, escribir y publicar lo que queramos. El día que, unidos los explotados, podamos salir en número de algunos miles a la calle, a tomar directamente la defensa de nuestros derechos, nadie intentará disputarnos los ya conquistados y reivindicaremos a nuestro favor otros muchos a los que tenemos derecho. Entonces, y sólo entonces, habremos adquirido derechos que en vano pediríamos durante decenas de años a las Cortes y al Senado; además, la garantía de esos derechos será bastante más sólida que si estuviera escrita en papeles más o menos limpios. Las libertades no se dan, se toman.” Nos lo creímos, pero si vieras cómo estamos en estos últimos tiempos, no darías crédito. Te asombraría comprobar cómo se ha instalado una idea de libertad completamente desprovista de contenido entre las capas de la sociedad más empobrecidas, en beneficio de unas pocas personas cuyas libertades desprovistas de toda ética están protegidas por ley, y atropellan las libertades del resto de los hombres y las mujeres.

Una red férrea de privilegiados, ajena a toda frontera –porque como bien indicaste “el capital no tiene patria” – te encontrarías si regresaras a transitar los caminos que recorriste en tus viajes. Nadie parece hacerse las preguntas que tan bien tú te hiciste: “Pero ¿qué derecho tenía yo a estos goces de un orden elevado, cuando todo lo que me rodeaba no era más que miseria y lucha por un triste bocado de pan, cuando por poco que fuese lo que yo gastase para vivir en aquel mundo de agradables emociones, había por necesidad de quitarlo de la boca misma de los que cultivan el trigo y no tienen suficiente pan para sus hijos?”

Portada del libro “Palabras de un rebelde” – Editorial Edhasa (2001)

Nos dijiste: “Una sociedad reorganizada, tendrá que abandonar el error de pretender especializar las naciones, ya sea para la producción industrial o la agrícola, debiendo cada una contar consigo misma para la producción del alimento, y de mucha parte, o casi toda, de las primeras materias, teniendo al mismo tiempo que buscar los mejores medios de combinar la agricultura con la manufactura, el trabajo en el campo con una industria descentralizada, y viéndose obligada a proporcionar a todos una «educación integral», la cual, por si sola, enseñando ciencia y oficio desde la niñez, dote a la sociedad de las mujeres y los hombres que verdaderamente necesita. Que cada nación sea su propio agricultor y manufacturero; que cada individuo trabaje en el campo y en algún arte industrial; que cada uno combine el conocimiento científico con el práctico: tal es, lo afirmamos, la presente tendencia de las naciones civilizadas.”

Te cuento que nada más lejano nos acontece. Si vinieras, Piotr, encontrarías en las tiendas productos venidos de bien lejos, de dudosa calidad, producidos en condiciones miserables para quienes los producen, con escasos beneficios para nuestra salud, y con pingües beneficios para el capital. Su precio, inferior al de lo producido en la proximidad, nos obliga a su consumo; y, la dependencia instalada pretende justificar que los salarios, en aras de la competitividad, sean inhumanos, aquí y allá. Quienes firman los acuerdos comerciales para que esto suceda, visten corbata o tacones, dicen que se dedican al trabajo intelectual, planifican siembras, cosechas, amarres temporales de los navíos y rentabilidades financieras pero no se agacharon nunca ni a recoger una patata ni salieron a la mar a pescar en plena tempestad. Tampoco saben lo que es no tener casa en la que dormir o no poder calentar una sopa para cenar. A esto le llamamos alegremente sin hogarismo, y pobreza energética. Lo hemos teorizado, pero se nos olvidó combatirlo.

Respecto a tu brillante propuesta en materia de jornadas de trabajo: “Por lo demás, una comunidad organizada bajo el principio de que todos fueran trabajadores, sería lo bastante rica para convenir en que todos sus miembros, lo mismo mujeres que hombres, una vez llegados a cierta edad, por ejemplo, desde los cuarenta en adelante, quedasen libres de la obligación moral de tomar una parte directa en la ejecución del trabajo manual necesario, pudiendo así estar en condición de dedicarse por completo a lo que más le agradara en el terreno de la ciencia, del arte o de un trabajo cualquiera. Y los adelantos de todo género y en todos sentidos, surgirían con seguridad de tal sistema; en una comunidad semejante no se conocería la miseria en medio de la abundancia ni el dualismo de la conciencia que envenena nuestra existencia y ahoga todo noble esfuerzo, pudiéndose libremente emprender el vuelo hacia las más elevadas regiones del progreso compatibles con la naturaleza humana.” Te asombraría saber que las personas por aquí nos vemos obligadas a trabajar hasta más allá de los sesenta y cinco años, y que esa edad se irá retrasando progresivamente. No tiene nada que ver con exceso de trabajo: la juventud tiene muchas dificultades para encontrar su primer empleo y adquirir experiencia; y, al igual que las mercancías trasgreden las fronteras geopolíticas, también las personas somos susceptibles de convertirnos en mercancías para concentrarnos, gracias a las migraciones, en espacios geográficos concretos, y contribuir, sin sentirnos responsables, al deterioro de las condiciones laborales y al deterioro del bienestar del planeta y de sus habitantes.

Admiro con qué precisión nos indicaste el camino a seguir: No: el bienestar para todos no es un sueño. Podía serlo cuando a duras penas lograba el hombre recolectar ocho o diez hectolitros de trigo por hectárea o construir por su propia mano los instrumentos mecánicos necesarios para la agricultura y la industria. Ya no es un sueño desde que el hombre ha inventado el motor que, con un poco de hierro y algunos kilos de carbón, le da la fuerza de un caballo dócil, manejable, capaz de poner en movimiento la máquina más complicada. Más, para que el bienestar llegue a ser una realidad, es preciso que el inmenso capital deje de ser considerado como una propiedad privada, de la que el acaparador disponga a su antojo. Es menester que el rico instrumento de la producción sea propiedad común, a fin de que el espíritu colectivo saque de él los mayores beneficios para todos. Se necesita la expropiación”.

Nos advertías certero: “Al obligar a nuestros hijos a estudiar cosas reales, de meras representaciones gráficas, en vez de procurar que las hagan ellos mismos, somos causa de que pierdan un tiempo muy precioso; fatigamos inútilmente su imaginación; los acostumbramos al sistema más malo de aprender; matamos en flor la independencia del pensamiento, y rara vez conseguimos dar un verdadero conocimiento de lo que nos proponemos enseñar. Un carácter superficial, el repetir como loros, y la postración e inercia del entendimiento, son el resultado de nuestro método de educación: no los enseñamos el modo de aprender; y hasta los principios mismos de la ciencia se les dan a conocer por medio del sistema tan pernicioso, habiendo muchas escuelas en las que se enseña hasta la aritmética en su forma más abstracta, llenándose las cabezas de las pobres criaturas solamente de reglas.” Las reformas educativas se suceden, y tanto docentes como discentes salen a menudo sumidos en brutal descontento de las aulas. Se te lee poco en ellas, Piotr, tú tan necesario.

Portada del libro “Campos, fábricas y talleres” – Editorial Descontrol (2015)

Es cierto que ahora mismo quien quiera hacerlo no tendrá que buscarte en los estantes de una biblioteca. Desde hace unos treinta años disponemos de algo parecido a una biblioteca suspendida en el aire de manera invisible, y casi incomprensible, en la que podemos encontrar tus obras con solo pulsar con un dedo sobre una línea en un dispositivo electrónico rectangular de unos seis por quince centímetros. No sé muy bien cómo explicarlo. Escribo tu nombre en él y aparecen “La conquista del pan”; “El apoyo mutuo”; “Palabras de un rebelde”; “Las prisiones”; “La moral”; “Memorias de un revolucionario”; “Ética”; “Campos, fábricas, talleres”; “La Comuna de París”; “El asalariado”; “Trabajo intelectual y trabajo manual”; “La ciencia moderna y el anarquismo”; “La gran revolución francesa”; y, “La moral anarquista”. También dicen que a través de ese mismo dispositivo nos vigilan; que investigan nuestros comportamientos; y, que dirigen nuestras vidas. Algo cierto debe ser, pero como parece facilitarnos algunos trámites, miramos para otro lado desoyendo las advertencias. Ya me gustaría saber qué opinión te merece a ti todo esto.

Sin embargo, me ha resultado imposible encontrar noticias detalladas acerca de Sofía Anániev (1856 – 1938), tu compañera, que se trasladó para residir cerca de la prisión en que estabas, y que se ocupó de tus conferencias así como de tus artículos cuando te fallaba la salud. Sé que al igual que tú, rebelde, renunció a los privilegios familiares y que publicó una novela. Imposible encontrarla. Decías de ella: “(…) con el concurso de mi mujer, con quien solía discutir sobre todos los acontecimientos y los trabajos realizados, y que ejercía una severa crítica literaria sobre estos últimos (…)”. Si pudieras contarme más cosas acerca de ella…

¡Ah! Y decirte que hace poco la editorial La linterna sorda ha publicado por vez primera tu obra “La literatura rusa. Los ideales y la realidad” en castellano. Ana Muiña introduce la obra con unos datos biográficos sobre ti y un montón de fotos acompañan la publicación. Me han venido muy bien todas tus apreciaciones para repasar a los grandes de la literatura rusa durante unos días en que no nos permitían salir de casa. Dos líneas para explicarte breve y no extenderme demasiado: hemos estado confinados en nuestros hogares, – quienes los tienen, quiero decir- con motivo de una pandemia que además de muchas muertes por todo el planeta, ha producido despidos masivos de asalariados y asalariadas, y crecimiento desmedido de las mayores fortunas, concentradas en manos de unas pocas personas.

Así las cosas, me gustaría escucharte vaticinando cambios, ya que las circunstancias están servidas sobre nuestras mesas vacías, como cuando nos decías: “(…) estoy más profundamente convencido que antes, si es posible, de que una combinación cualquiera de circunstancias accidentales puede hacer estallar en Europa una revolución que se extienda como la del 48 y sea mucho más importante, no el sentido de mera lucha entre partidos diferentes, sino en el de una profunda y rápida reconstrucción social, y tengo el convencimiento de que, que cualquiera que sea el carácter que semejante movimiento pueda tomar en diferentes países, en todas partes se manifestará un conocimiento más profundo de los cambios que se necesitan de lo que jamás se ha dado a conocer durante los seis siglos últimos, en tanto que la resistencia que el movimiento encuentre en las clases privilegiadas apenas tendrá el carácter de obtusa obstinación que hizo tan violentas las revoluciones de los tiempos pasados. La obtención de este gran resultado justifica bien los esfuerzos que tantos millares de seres de ambos sexos (…)”

Y ya sé, ya lo sé: “(…) esperar la Revolución Social como quien espera un aguinaldo, sin que venga precedida y anunciada por pequeños actos de rebelión y diversos movimientos insurreccionales, es acariciar una vana y pueril esperanza.”

Bueno, Piotr, lo dicho, que te seguimos leyendo, porque nos haces mucha falta, y porque a pesar del tránsito de un siglo, tenemos aún demasiadas tareas pendientes: queda casi todo por hacer.

Firmado: Una mujer, muchas mujeres. Un hombre, muchos hombres.