TRABAJO DOMÉSTICO

“(…) deben seguir trabajando en las tareas peor pagadas del mundo. A este aspecto terrible se añade la penuria del trabajo doméstico; ¿qué queda entonces de la protección y de la gloria del hogar?”. Emma Goldman

Lo doméstico es territorio ideal para que el patriarcado se ensañe con las mujeres y salga indemne, e incluso reforzado. La teoría feminista nos enseña cómo romper este silencio que tanto nos perjudica. Con sus conceptos podemos problematizar y abrir las puertas convenientes o cerrar las que nos perjudican. Que las tareas domésticas hayan saltado al mercado y sean mecidas por la oferta y la demanda, lejos de significar una opción de trabajo remunerado que nos provea autonomía y mejore nuestras condiciones de vida, han permitido que el patriarcado y el capitalismo vuelvan a sumar fuerzas para explotar, más si cabe, a las mujeres, que son quienes mayoritariamente desempeñamos estas tareas reproductivas, tan necesarias para que la vida continúe, y las grandes maquinarias llamadas productivas no se atasquen.

Ilustración: Ana Nan. Extraída del CNT nº420

Sacar lo doméstico al mercado, y dejarlo a merced de la oferta y la demanda, por estar regulado de manera sesgada o desregulado de manera intencionada, vuelve a dañarnos a las mujeres, las de aquí y las de allá. Se trata de tareas imprescindibles para sobrevivir; y, son tareas productivas porque generan valor. Sin embargo, la remuneración de estos trabajos rompe toda lógica racional: en lo primero nadie quiere reparar; y, lo segundo es negado persistentemente.

Mercantilizar las tareas reproductivas, que mayoritariamente realizamos las mujeres, en páramos donde escasean la justicia y la ética social nos explota, nos cosifica, nos enferma y nos agota. Afectado lo doméstico por las relaciones mercantiles deviene magnífico espacio en el que patriarcado y capitalismo interactúan produciendo sinergias que amplían exponencialmente la opresión y la subordinación de las mujeres.

Cuando en aras de la protección de los espacios privados se justifica la tolerancia de la explotación nos mienten. Un hogar será un centro de trabajo en la medida en que contrata a una persona trabajadora ¿Es que no lo es cuando el electricista nos cambia la instalación eléctrica?

Aludir al consentimiento derivado de un pacto entre dos partes no puede ni debe ser argumento que cierra el debate, en la medida en que las partes no se aproximan al contrato en igualdad de condiciones. No hay que imaginar demasiado para pensar en el valor añadido que obtiene la parte contratante y constatar los daños provocados en la parte contratada. Dichos daños abarcan múltiples ámbitos: pobreza material, pobreza inmaterial, y pobreza de tiempo que se retroalimentan progresivamente, que ejercen sus efectos más allá del período durante el que tiene lugar la relación contractual, y que pueden ser irreversibles.

En 2011 la Organización Internacional del Trabajo adoptó el Convenio 189 con afán de garantizar unos mínimos derechos en materia de condiciones laborales para las personas que desempeñan trabajos domésticos. Diez años después la tarea sigue pendiente y permanece sin ser ratificado por el estado español. La deuda contraída crece y crece ¿la cobraremos con recargos?

La explotación es incalculable, así como lo es la precariedad y la desprotección que ha adquirido este sector por las peculiaridades que lo caracterizan. Podríamos asemejarlo a la esclavitud, y las mujeres, nos vemos una vez más expropiadas injustamente de nuestra fuerza de trabajo y de todas nuestras capacidades en favor de una economía que niega nuestras aportaciones, que se ahorra muchos costes a costa de nuestras vidas y que nos ningunea y nos maltrata, de hecho y de derecho, imponiendo silencios y posponiendo obligaciones. Asistir como meros espectadores, porque no trabajamos en el servicio doméstico o porque no contratamos servicio doméstico, no es posible. Se trata de responsabilidad colectiva: como clase trabajadora, lo que afecta a una, afecta a todas. Se trata, también, de responsabilidad humanitaria y política: como mujeres, lo que afecta a una, afecta a todas. Mirar hacia otro lado también posiciona…

Si acercamos el objetivo, de acuerdo al estudio Diagnóstico de situación de las personas trabajadoras del hogar en la Comunidad Autónoma de Euskadi y de las necesidades a las que dan cobertura, elaborado en Mayo de 2019 por el Departamento de Sociología y Trabajo Social de la Universidad del País Vasco, en Euskadi en el año 2016 según la EPA 616.000 personas trabajaban como empleadas de hogar. Según la Seguridad Social 425.456 personas estaban afiliadas por este concepto. Tan solo un año después: 641.700 frente a 418.964. De ahí se deducen algunas características: hablamos de un sector muy dinámico, o sea imprescindible; hablamos de un volumen de economía sumergida potente, o sea, salvajismo que puede ostentar la parte contratante y que sufre la parte contratada; y, negligencia gubernamental evidente. En 2015, casi 76.000 hogares de Euskadi cuentan con servicio doméstico contratado. Es decir, casi 76.000 hogares se apropian del valor de la mano de obra femenina, porque es un sector claramente feminizado, y miran hacia otro lado en materia de derechos humanos y de dignidad de las personas. De casi 76.000 hogares algunas de las personas que los componen pueden salir a producir en otros sectores delegando las tareas reproductivas en otras manos a las que no remuneran debidamente. El precio de la hora trabajada oscilaba en 2011 entre 6 y 8 euros. Es decir, jornadas semanales de cuarenta horas no garantizan percepciones mensuales reguladas por ley. Cuando la modalidad de prestación de los servicios es en calidad de “interna”, las jornadas semanales exceden siempre las sesenta horas. Es decir, la misma ley que no puede inspeccionar un centro de trabajo porque es una vivienda privada permite el incumplimiento de las obligaciones dictadas por sí misma en materia de salario mínimo interprofesional o de jornadas y horas extraordinarias.

Si además tenemos en cuenta que los datos estadísticos no siempre visibilizan con detalle nuestras vidas y nuestros pesares en su justa medida, la única salida a este callejón que nada tiene de prometedor es la organización sindical sostenida por el activismo feminista. Estas batallas no se ganan en solitario frente al patrón o a la patrona, que entre paternalismo y tiranía sabe que cuenta con el apoyo estatal para apropiarse de nuestros cuerpos, de nuestra fuerza de trabajo y de nuestro tiempo. Esta lucha, para no sucumbir, debe ser emprendida codo a codo, en compañía, en multitud, como sujetos políticos, con conciencia de clase trabajadora, con herramientas sindicales, y con filosofía feminista.

  • Frente a la existencia de convenios internacionales ignorados: exijamos su ratificación firmemente.
  • Frente a la inexistencia de convenios locales: vamos a crearlos y a defenderlos, entre todas es más fácil.
  • Frente a la esclavitud explotadora: vamos a organizarnos y a denunciar la injusticia, entre todas es más fácil decir NO.