porque me han dicho que son individuos proactivos, sensibles, y progresistas:
Sé que andarán ocupados con celebraciones y actos propios del 25 de noviembre. No pasa nada si leen ustedes este texto mañana, el mes que viene o cualquier otro día. Sospecho que no perderá vigencia habida cuenta de la estabilidad y persistencia de lo que voy a relatar.
Sé que les preocupan las asesinadas tanto como a mí, pero hay múltiples formas de violencia que preceden a esos finales trágicos; que nos matan a las mujeres progresiva y calladamente alimentando los contextos que los propician. Y me pregunto si lo que nos acontece a las mujeres cotidianamente no podría ser tipificado como delito de odio y como apología de la violencia.
Cada calle o barrio que no puedo transitar a causa de una cierta prudencia enseñada, incluso impuesta, en tribunales, hogares y tutoriales varios me mata un poco; nos mata a todas y a todos. Sin desmerecer los esfuerzos dedicados a aplicaciones virtuales de autoprotección, echamos de menos políticas efectivas en materia de limitación de la pornografía. Grávenla ustedes como gravan los libros, la música, el teatro y la cultura, en general, por ejemplo: les reportará pingües beneficios y, a las mujeres, nos protegerá de su salvaje y dañina difusión, y de los efectos de representaciones mentales masculinas, tan homicidas, tan significativas.
Cada imagen, publicitaria o no, que reifica a una mujer me cosifica a mí también, les daña a los hijos que educo con tanto esfuerzo, y nos resta vida a todos. Cada exhibición ostentosa de percepciones pecuniarias de futbolista afamado en los telediarios me perturba y me mata simbólicamente, porque duermo con dos pares de calcetines en invierno para ahorrar, y ni entiendo la nómina que me pagan ni me la quiere explicar la subcontrata que se enriquece con mis labores y prestaciones profesionales y su permiso.
Cada vez que expertos en pediatría me atienden por teléfono cuando enferman los hijos y las hijas me matan un poco; a mí y a ellos. Cada medio de transporte público abarrotado en hora punta que me impide ir a recogerles a tiempo a la escuela nos mata a todos: docentes y discentes. Podría alegrarme con sus esfuerzos por fomentar la natalidad, incluso a costa de la estricta biología; pero me entristecen las facturas pendientes del oftalmólogo, de la logopeda, del ortopedista y de la ortodoncista de las criaturas. También las mías me entristecen y coartan mi salud.
Cada vez que me atiende personal de seguridad privada en las instituciones públicas a las que ustedes me obligan a ir para hacer gestiones obligatorias me matan un poco: me hacen sentirme delincuente y conflictiva, y no creo serlo. Diría que soy sumisa y obediente, más bien: estudié en universidad cuando me dejaron, e hice formación profesional cuando me lo indicaron; procuro cuidar mi imagen; saco un abanico discreto en público si tengo calor en vez de abrirme la camisa o quitármela; hago deporte; soy puntual con el trabajo, con alquileres, con préstamos bibliotecarios y con impuestos; realizo labores de voluntariado; aprendo y hablo idiomas; no orino en las esquinas ni defeco en los jardines; me esfuerzo en el supermercado en lo relativo a la alimentación familiar a base de kilómetro cero aun cuando resulte ser lo más caro; ni conduzco ni aparco mal porque no tengo coche; defiendo la hostelería procurando consumo responsable aun doliéndome tantas camareras y cocineras sin contrato que hacen horas extraordinarias no remuneradas en territorios con tasas de desempleo insospechadas; y, reciclo todo lo que puedo.
Cada convenio laboral de sector feminizado que no se cumple, no se revisa o no se celebra con la connivencia de ustedes tres, asesina mi fuerza de trabajo, resta mis capacidades como contribuyente, me enferma y me hace dependiente. Por extensión, nos mata a todas las mujeres paulatinamente. Cada vez que se ignora mi condición de mujer en un sector profesional masculinizado, me resta vida: a mí y a todos mis colegas. Cada inspección de trabajo eludida o postergada me humilla y me arroja a la economía sumergida que lejos de mejorar mi situación, engrosa grandes fortunas y evasión de capitales. Se esforzaron ustedes en promover potentes planes de igualdad, seguridad y vigilancia de la salud. Pero sepan que apenas se cumplen y que me afectan cada día. No me dejen sola ante la tesitura de tener que denunciar porque con ello perderé mi puesto de trabajo, y la paciencia en los tribunales. Es decir, perderé otro poco más de vida.
Una sola de las mujeres asesinadas de esos inventarios que en este 25 de noviembre se manejarán es muestra suficiente de que las políticas que se están llevando a cabo han fracasado de manera incuestionable y flagrante. A lo mejor nos sobran instituciones, informes y programas de color violeta, ya que hasta ahora solo se ocupan de estudiarnos e investigarnos, además de decirnos a las mujeres reiteradamente qué hacer, qué decir, qué vestir, cuánto pesar y cómo actuar obligándonos a una minoría de edad perpetua. Una sola mujer maltratada y asesinada es cosa de ustedes tres, mía, y de toda la sociedad. Y no se arregla con placa conmemorativa, minuto de silencio, o vídeo viral.
Cada prostíbulo tolerado mata mujeres: a las que están dentro y a las que están fuera. Cada prostíbulo consentido da cuenta y testimonio de hombres que no lo son de verdad, que están ya muertos: los que los visitan; los que se lucran con la explotación de nuestros cuerpos; los que miran hacia dentro, curiosos por las expectativas relacionadas con su propia construcción de una masculinidad imperante; o, los que miran hacia otro lado, escépticos o defensores de una libertad mal comprendida. Todos muertos.
Cada falta de techo que obliga a la permanencia de las mujeres subyugadas en convivencias perversas es violencia contra las mujeres que propicia potenciales homicidios. Y la solución no pasa por ayudas intramitables que solo socorren a rentistas y proveedores múltiples. La solución pasa por salarios que nos permitan pagar las facturas de la oftalmóloga, el electricista, la logopeda, el fontanero, la ortopedista y el dentista, salvo que quieran ustedes cubrir esos gastos de forma colectiva, tal y como financiamos conjuntamente viajes innecesarios de autoridades, destacamentos militares en misiones inciertas y cuerpos uniformados de seguridad en eventos privados. La solución pasa por salarios dignos, obtenidos con nuestro trabajo, que nos permitan financiar nuestras necesidades básicas: vivienda, alimentación, calefacción, transporte, ropa, agua, gas y electricidad. La solución no se reduce a medicarnos alegremente en dispensarios de atención primaria cuando referimos dolores difusos variados, malestares heterogéneos, insomnios y preocupaciones. La solución pasa por escucharnos de verdad. La solución no es tolerarnos a regañadientes en manifestaciones públicas inofensivas, darnos premios en certámenes amañados, o comprar nuestros silencios con limosnas públicas y privadas que aumentan nuestra dependencia. La solución no puede reducirse al bombo y platillo de las celebraciones circenses. La solución debe estar soportada por voluntad y esfuerzo materiales reales. La solución remite insoslayablemente a salarios dignos para las mujeres, que alejen el terror de la llegada de jubilaciones precarias tras vidas largas e intensas llenas de dobles y triples jornadas, cuando no de horas extraordinarias trabajadas y no cobradas. Somos muchas las que con sus políticas estamos perdiendo poco a poco la salud, física y mental, y la vida. Por eso, las asesinadas son importantes, pero su recuento y mención no es suficiente.
Esta misiva abierta bien podría considerarse esbozo de posible, desordenado e insuficiente retrato del patriarcado feminicida. Querría matizar que por extensión es patriarcado genocida, ya que si las mujeres no podemos desarrollar nuestros propios proyectos de vida de manera autónoma en plena igualdad de derechos y obligaciones, mal colaboraremos en los proyectos de los que nos rodean: esos que cuidamos, peinamos, amamos, enseñamos, abrazamos, escuchamos, curamos, aseamos, parimos, divertimos y alimentamos.
Se lo cuento a ustedes, gobernantes de mi ciudad, mi comunidad autónoma y mi país, estados que se sobreponen, que lejos de aliviar a las mujeres, nos oprimen. Se lo cuento a ustedes tres porque me han dicho que son tipos proactivos, sensibles y progresistas: son importantes todas las asesinadas, por supuesto. Pero antes de serlo, las asesinadas fueron mujeres anónimas en las ciudades y pueblos que ustedes gobiernan. Por favor, por ser candidatos electos y por el salario que perciben, no sigan obligándonos encubiertamente a todas las mujeres a homenajes póstumos.
No me he presentado, disculpen: soy una mujer, soy muchas mujeres.