Ya no hay locos. El rock del obrero

Conozco esa sensación de despertar sobre la arena: amanecer con primeros rayos de sol y banda sonora de olas saladas. Te incorporas, te sacudes la ropa, caen los minerales y buscas un horizonte: el horizonte, el horizonte que ayude a ordenar la noche previa. Se asemeja bastante a la de madrugar cualquier día para luego salir al mundo y, con el primer café, sentir que probablemente hayas vivido mucho más de la mitad de tu vida. La diferencia es que por más que zarandees arrugas, canas y cicatrices solo te ayuda a soltar lastre el horizonte soñado. Solo alivia tomar la decisión de no esperar más y luchar con uñas y dientes por alcanzar el horizonte soñado. Me atrevo a decir que la materia prima de este trabajo creativo son los sueños. Y lo digo, desde la ignorancia, por eso no hablaré de técnica. No obstante, no olvidaré que el minúsculo presupuesto y la autogestión que soportan este resultado creativo bien podrían perdonar alguna sombra mal dibujada, algún pespunte descosido o metáfora mal aliñada, o alguna discordancia textual, si es que las hubiera. Yo no las ví.

Sugerente es el arranque de la película de Lorenzo Morales, que antecede no a uno sino a muchos nudos bien amarrados. Nos pone en pantalla un horizonte en forma de billete de avión rumbo al llamado Nuevo Mundo: breve estancia para descubrir que la historia que te contaron, y te creíste, poco tiene de cierta. Azarosos cruces de caminos que permiten sincronizar el reloj, mirar de frente la realidad, sin evasivas, remangarte y actuar. Así he querido comprender la historia que nos cuentan Lorenzo Morales y su equipo en “Ya no hay locos. El rock del obrero”, película que presentó los días 26 y 27 de noviembre en CNT Vitoria. Llena de referencias abiertas, que son esas que no imponen respuestas, pero suscitan mil preguntas y empujan a cavilar, va alternando imágenes inundadas de color con potentes acordes. Intercala documento, testimonio, guiño histórico, cotidianeidad, el peso de la pérdida recurrente y la poética de una bella mujer encapuchada que exige continuar la partida en un ajedrez ineludible.

¿Se atreven los peones a desafiar al rey? ¿Qué hacen las damas con su libertad de movimientos? ¿Hacia dónde cabalgan tus caballos? ¿Dónde te quedaste enrocado? Tendrá que aprender el alfil que no siempre la línea recta es la distancia más corta: a veces hay que zigzaguear escorando a la espera de una buena racha y de una corriente propicia que impidan la deriva. Tendrá que aprender el rey que uno más una somos mucho más que dos, y quizás, porque nos organizamos bien, seamos más que multitud.

Tal y como nos contó su director, la obra lleva mucho corazón, esfuerzo e ingenio. Así pudimos constatarlo: repartidos en cada minuto de la obra, sin dar tregua.

¡Gracias por venir, Lorenzo! ¡Gracias por venir, Nicole!

No tardéis en regresar: en Vitoria ya estamos preparando la proyección de la segunda entrega.

Ya no hay locos. El rock del obrero