ÓSCAR AL PEOR ACTOR SECUNDARIO, LA VIOLENCIA POLICIAL

Extraído del Pandora nº 130.

Reconozco que uno de mis secretos confesables es ver de vez en cuando series o películas que, ideológicamente, se encuentran en mis antípodas. Al fin y al cabo, el ocio es para desconectar, y mi cerebro necesita ser apagado de vez en cuando. Por supuesto, una inmensa mayoría del contenido audiovisual que tenemos a nuestra disposición proviene de EEUU.

Da igual si lo que tenemos delante es una de las tantas series sobre policías, o una típica épica película bélica; la estructura básica siempre va a ser igual: el héroe, posiblemente atormentado por un duro divorcio o la violenta muerte de su mujer (pocas veces encontrarán ustedes roles femeninos u homosexuales en estos papeles), pero buena persona en el fondo, que lucha contra el enemigo, no sólo suyo, un enemigo que es inevitable hacerlo nuestro también, un enemigo, en fin, de América, ya que América es EEUU y EEUU es América.

Este enemigo, como digo, es el mal encarnado. Sin escrúpulos, sin compasión, que mata por puro placer en su búsqueda del caos por el caos, la destrucción absoluta de todo atisbo de civilización, que no conoce aliados, y que lo mismo ejecuta a ese guarda de seguridad a punto de jubilarse que a su compañero de fechorías por atreverse a cuestionar una orden suya que, tal vez, es ir demasiado lejos “incluso para nosotros, Jimmy”.

¿Cómo no odiar a semejantes individuos? A un lado de la balanza, nuestro héroe, ese padre de familia que podría ser el vecino de cualquiera de nosotros (siempre que nosotros seamos estadounidenses, blancos, de clase media para arriba, casados con una mujer y con hijos, viviendo en una casa en un tranquilo barrio residencial…ya me entienden). Una persona normal, muy macho él, que va a dedicar su trabajo, que en el paraíso neoliberal es equivalente a decir su vida, a luchar contra el otro lado de la balanza: el mal absoluto, el terror, la amenaza total contra nuestro modo de vida.

Y es precisamente a esta lucha a lo que quiero llegar. Una vez ubicados y habiendo tomado partido por uno de los bandos, siempre estaremos dispuestos a disculpar e incluso entender esas pequeñas ilegalidades que nuestro superhéroe sin capa se ve obligado a hacer. Las leyes le tienen atadas las manos. Órdenes judiciales para realizar escuchas telefónicas, necesidad de una buena justificación para allanar la casa del malhechor, garantías para los detenidos…Llevo años observando cómo en todas y cada una de las producciones americanas estos procesos se saltan de forma absolutamente ilegal porque claro, no hay tiempo que perder.

De esta forma en nuestra cabeza vamos normalizando y aceptando estos comportamientos. Es cierto, han golpeado al detenido, ¡pero es que si no esos niños iban a morir! Sí, le han disparado a bocajarro una vez desarmado, ¡pero había matado a su compañero que se acababa de casar con su novia de toda la vida! Y así, una y otra vez, la opinión pública va estando preparada para cuando suceden casos reales. A veces, por “suerte”, sucesos como el de George Floyd hacen que la hipnosis se rompa y que la gente salga a las calles a gritar “¡Basta!”. Ojalá que, si algo bueno puede salir de una desgracia así, sea que las cosas empiecen a cambiar.

Antxon Lete

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